Por Ludmila Canteros
Cada 25 de noviembre, en el mundo se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una jornada para exigir el fin de todas las formas de agresión y discriminación. Para lograr una erradicación efectiva, es importante visibilizar y desarticular la violencia estructural y económica que sostiene la desigualdad de género. En este contexto, la investigación académica se vuelve una herramienta fundamental.
La tesis “Ser mujer de la Economía Popular: Estereotipos y roles de género dentro de la Cooperativa de Trabajo ‘Los Colachitos’ del Movimiento Evita de Florencio Varela“ propone una lupa sobre un sector clave de la realidad argentina: el trabajo autosuficiente en los barrios populares. Este estudio ofrece un marco invaluable para comprender cómo la persistencia de roles tradicionales actúa como un motor de la desigualdad, la antesala de la violencia. Además, de evidenciar cómo una cooperativa de trabajo, a pesar de su espíritu solidario, reproduce la división sexual del trabajo y los roles tradicionales.
En la búsqueda de visibilización, nos vemos en la obligación de reflexionar sobre las múltiples caras de la violencia. Si bien el foco mediático suele estar en la violencia física y los desenlaces fatales, el movimiento feminista subraya que la violencia por motivos de género se manifiesta en otros aspectos: La Violencia económica y patrimonial que impide o restringe el acceso a recursos o la autonomía financiera y la violencia simbólica que, a través de patrones estereotipados, mensajes o valores, reproduce la dominación masculina y naturaliza la subordinación de la mujer. Es precisamente en la interconexión entre la precariedad económica y la violencia simbólica donde el informe adquiere una relevancia central para la agenda del 25N.
La investigación se adentra en la realidad de la Economía Popular, un sector que, si bien es motor de inclusión laboral y resistencia a la exclusión, no es ajeno a las lógicas de género.
En Argentina, este ámbito está fuertemente feminizado, con mujeres asumiendo roles cruciales en la producción de bienes, las ventas y el fundamental trabajo de cuidado de la comunidad. Sin embargo, la contribución de estas mujeres a menudo carece de reconocimiento social y monetario.
Lo que se busca, es identificar cómo los estereotipos de género influyen en la asignación de responsabilidades y en el acceso a espacios de poder y toma de decisiones dentro de la organización, a pesar de su carácter político y emancipador.
Los hallazgos de este tipo de estudios a menudo revelan una paradoja: incluso en espacios colectivos con vocación transformadora, los mandatos de género tradicionales (la mujer como “cuidadora”, el hombre como “proveedor” o “líder”) se filtran, limitando el potencial de las trabajadoras.
La Cooperativa “Los Colachitos” surgió en 2011 y se organiza en torno a dos actividades principales: Un merendero/olla popular que brinda asistencia alimentaria al barrio y un sector de limpieza y mantenimiento de espacios públicos (plazas y canchas).
El análisis de las actividades cotidianas reveló que, si bien la cooperativa es un espacio de inclusión y solidaridad, la división sexual del trabajo persiste:
Roles Femeninos (Cuidado y Alimentación): El sector del merendero está mayoritariamente compuesto por mujeres, quienes se encargan de la elaboración de los alimentos.
Roles Masculinos (Fuerza y Herramientas): En el sector de limpieza, aunque hay hombres y mujeres, son los hombres quienes asumen las tareas que requieren mayor fuerza física o el manejo de herramientas específicas, como cortar el pasto.
Esta división no solo se da en las tareas operativas, sino también en las estructuras de poder. Aunque las mujeres son la mayoría y coordinan pequeños grupos, su participación en los puestos de alta dirección es limitada, ya que la figura de coordinación general recae en un hombre.
Uno de los hallazgos más notables de la indagación es cómo los propios trabajadores y trabajadoras justifican y naturalizan esta división como una consecuencia de las “capacidades y habilidades de cada sexo“. Los roles de género, aprendidos desde la infancia, se convierten en un sistema que limita las opciones y la libertad.
Se evidencio que la responsabilidad del cuidado de los hijos y las labores domésticas (el trabajo no remunerado) sigue recayendo casi exclusivamente en la mujer, incluso cuando su pareja (el hombre) también forma parte de la cooperativa.
Las entrevistadas mismas reconocen que hay una hegemonía patriarcal interna que las lleva a sentir que el merendero es un espacio “puramente para mujeres”, sintiéndose incómodas con la interrupción de un varón en su orden interno, perpetuando así la idea de la mujer en la elaboración de alimentos para la familia.
Es decir, la reproducción de los roles no es una imposición de la dirigencia, sino un patrón que las propias personas involucradas se van delimitando y auto-asignando, haciendo eco del rol que la sociedad patriarcal les ha asignado a lo largo de sus vidas.
El 25 de noviembre no es solo un día de luto y memoria, sino de acción. La tesis sobre “Ser mujer de la Economía Popular” nos recuerda que la batalla por la eliminación de la violencia se libra tanto en las calles y los parlamentos como en los espacios de trabajo cooperativos, en la asignación de roles y en la distribución de poder.
Para honrar el espíritu del 25N, la sociedad y el Estado deben utilizar estos diagnósticos de base. No basta con generar empleo para las mujeres; es indispensable garantizar que ese empleo sea en condiciones de igualdad, libre de estereotipos que las condenen a la precariedad y a la subordinación. La autonomía de las mujeres de la Economía Popular es la mejor herramienta para desmantelar la violencia en sus formas más sutiles y, con ello, prevenir las más extremas.
Sin embargo, el estudio subraya que el reciente cambio de gobierno (diciembre 2023) y la sustitución del programa Potenciar Trabajo por iniciativas como Volver al Trabajo y Acompañamiento Social representan un golpe duro para la Economía Popular. Estas medidas, priorizan el sector privado y reducen el gasto social, tienen implicancias directas y pueden generar nuevas tensiones para las mujeres que luchan por la formalización y el reconocimiento de su labor.
En definitiva, la construcción de una Economía Popular más justa e igualitaria exige un compromiso ineludible por transformar las relaciones de género. Es fundamental que tanto las políticas públicas como las propias organizaciones sociales incorporen una perspectiva de género que desafíe las desigualdades estructurales, reconozca el valor del trabajo de cuidado y promueva la plena participación de las mujeres en todos los ámbitos de decisión y desarrollo.
