Si sufrís violencia de género llamá al 144. Si pensás que tenés Covid-19 llamá al 107 (si estás en Florencio Varela) o al número provincial 148.
En estos días se inauguró en la UNAJ el primer lactario. Fruto del trabajo, la persistencia y el compromiso de un conjunto de actores y actrices de diferentes claustros. La inauguración de un espacio destinado para que las madres que asisten a la UNAJ puedan conservar su leche y así cuidar su salud, y la de sus hijes, resguardando además el deseo de dar la teta para quienes lo eligen.
Este hito resulta la excusa para preguntarnos por los modos de seguir construyendo universidades populares y feministas (por todos lados).
Las clases populares en la universidad
El acceso de las clases populares a la educación universitaria fue un proceso largo, cargado de disputas y tensiones.
En sus orígenes, y durante un largo periodo, el sujeto protagonista de la institución universitaria era el varón perteneciente a las élites porteñas, cordobesas o platenses. No había espacio allí para que los obreros o sus hijos tuvieran cabida. Tampoco podíamos pensarnos en ellas, en las universidades, las mujeres.
Poco a poco los límites, las paredes de las universidades se fueron corriendo, a fuerza de organización colectiva, de normativa y de algunas voluntades políticas.
La gratuidad universitaria y la creación de la Universidad Obrera durante el peronismo, son dos de los hitos que trastocaron la idea de una universidad para pocos.
Con la oferta pensada para los obreros, la posibilidad de cursadas nocturnas y el desarancelamiento, se inauguró un periodo en el que las clases populares pudieron empezar a pensarse dentro de la universidad.
Aún no había espacio para las mujeres. Ni para las tetas.
Las pioneras, las primeras en estudiar en el nivel universitario lo hicieron muchas veces disfrazadas de varones, porque no había cabida en ese modelo de universidad, para los cuerpos feminizados (Morgade, 2018).
Las mujeres (cis) accedimos masivamente a la universidad un tiempo después.
Hacia la feminización de la matrícula
Se reconocen varios períodos en el camino del acceso de las mujeres a la universidad. Pero su ingreso masivo se ubica tardíamente en la década del 60. Incrementándose y constituyendo una mayoría en muchas universidades y carreras en la actualidad. No así en la ocupación de cargos y espacios de poder.
Las discusiones actuales nos indican que hemos avanzado pero que aún toca trastocar las profundas estructuras patriarcales sobre las que se construyó la universidad como institución.
En los últimos años se produjo lo que algunas autoras denominan la “segunda reforma universitaria” (Torlucci, 2019). Señalando un periodo de múltiples transformaciones en materia de género y universidad, a partir de las discusiones que habilitó el masivo “Ni una menos”.
La creación de protocolos, la institucionalización de espacios de género y la aplicación de la ley Micaela, son algunos de los procesos que se señalan como disruptivos en nuestras universidades, colaborando en la construcción de un nuevo capítulo.
Pero también en ese difícil proceso nos toca preguntarnos por los desafíos por venir y por los que estamos atravesando.
Las llamadas universidades del conurbano, de reciente creación incorporaron a un nuevo sujeto: las clases populares del conurbano, y dentro de ellas particularmente a las mujeres, madres, jefas de hogar, militantes, y primera generación de estudiantes en sus senos familiares.
Estas estudiantes sostienen sus trayectorias universitarias, conciliando sus trabajos, tareas de cuidado, los que sostienen casi privativamente, frente a sus compañeros varones, y en muchos casos sostienen también actividades barriales y de militancia.
Los modos en que intentan conciliar estas obligaciones resultan originales: tejen redes, se ayudan entre ellas, buscan apoyo dentro y fuera de sus familias, estudian en el colectivo, aprovechan el uso del celular, entre otras estrategias.
Visibilizar sus trayectorias resulta relevante y necesario para pensar universidades que incorporen la transversalización de la perspectiva de género, tanto en sus contenidos, organización y normativa como en una infraestructura y políticas de cuidado.
Recoger experiencias de los feminismos populares, visibilizar las estrategias que las mujeres se dan desde los márgenes resultan fundamentales para construir conocimiento y universidad con perspectiva de género.
Hacia una infraestructura de cuidados
La reciente creación del lactario en la UNAJ es un ejemplo de políticas que atienden a las necesidades reales de estudiantes reales, construyendo una infraestructura de cuidados , en palabras de Pautassi (2020).
Por lo anterior, resultan urgentes miradas que atiendan a las demandas, necesidades, realidades y a una agenda de construcción común con los feminismos populares.
Algunas lecciones que la pandemia nos dejó tienen que ver con la visibilización de esas tareas y responsabilidades de cuidado, y la importancia de reconocer el trabajo que implica y la transformación social necesaria para concebirlos como responsabilidades colectivas y no individuales.
Nos queda la tarea política y pedagógica de encarar esas transformaciones revisando los modos de construir saber, de concebir al sujeto pedagógico, encarando nuevos discursos y prácticas. Y esa tarea no corresponde solo a las feministas y a las disidencias, sino que debe ser una invitación que nos interpele a todxs quienes hacemos la universidad.
Desde las pedagogías críticas reconocemos el aula como un espacio potente para dar esas batallas aún con los condicionantes históricos e institucionales que se nos imponen. Porque aún las universidades siguen siendo territorios del patriarcado, pero las madres estamos ahí y nuestras tetas también.
No hay universidad popular posible sin perspectiva de género, y no hay perspectiva de género sin nuestras estudiantes como protagonistas.
Autora: Prof. Nahue Luna. Coordinadora de la materia “Pedagogía y Educación Social” de la Carrera de Trabajo Social en UNAJ.