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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

Si sufrís violencia de género llamá al 144.

Si pensás que tenés Covid-19 llamá al 107 (si estás en Florencio Varela) o al número provincial 148.

Algunas ideas rudimentarias sobre el paradigma de la curricularización

Una de tantas virtudes que tiene la educación popular como conjunto de ideas transformadoras es la capacidad de visibilizar situaciones de desigualdad y a partir de esta visibilización pergreñar un dispositivo de transformación en la que les actores populares sean protagonistas. Por ejemplo, como resultado de las transformaciones en el mundo del empleo que nacen de las ambiciones neoliberales remozadas con fuerza inusitada en la década de 1990 ser visibiliza que, a partir de la destrucción de la estructura productiva ciertas habilidades relacionadas con el capital cultural de la clase trabajadora corren el riesgo de perderse en el olvido. La capacitación en oficios aparece más que como un gesto melancólico por conservar un capitalismo en desintegración, como la búsqueda de integración de los “desplazados” de una sociedad salarial en retroceso. A su vez, los “rezagados” del sistema educativo formal, aquelles que por un motivo u otro no vieron en la educación media un aporte para un futuro viable o simplemente tuvieron que abandonar los estudios iniciales fueron inspiración para los dispositivos de los “bachi”, de los “fines”: hermosas experiencias de reencuentro con la educación e incluso puerta de entrada a la universidad. También los más “vulnerables”, aquelles que podrían transformarse en “rezagados”, cuyas trayectorias tambalean o presentan evidentes dificultades son objeto de construcción paradigmática desde las pedagogías freireanas. Más aún post pandemia, dada la digitalización forzada de los vínculos escolares que ha tensionado las capacidades relacionales. Allí los proyectos alfabetizadores de “acompañamiento” o “revinculación” toman la posta de los dispositivos de “apoyo escolar” con larga tradición, pero con fuerte impulso tras las crisis de fin de milenio. Todos estos constructos de amor, saberes compartidos y procesos de institucionalización también fueron el contexto creativo donde vió nacer ese complejo simbólico institucional que llamamos “universidades del bicentenario”. Pero la pregunta de cómo articular esos saberes y experiencias con la lógica reproductiva del conocimiento, tradicional de las universidades, es un desafío que está muy presente en la agenda universitaria pero aún con discusiones y desarrollos en proceso.

Desde hace décadas que viene abriéndose camino una concepción de Universidad que reconoce la necesidad de penetrar el corsé institucional a la hora de construir colectivamente procesos de formación, de transmisión de saberes, que se adecuen a las necesidades inmediatas o a largo plazo de los territorios que la contienen.

Efectivamente, cada vez se tiene más conciencia que hay algo de solipsista en el desenvolvimiento de las acciones de la universidad que, como institución centenaria ha logrado perdurar en base a fuertes mecanismos de autoreproducción. La base de los mismos se debe ver en la preservación de privilegios constituidos, si, en base a las jerarquizaciones epistemológicas que dirimen que saber es “superior” a cual. Pero también a jerarquizaciones organizacionales que cristalizan posiciones de fuerza de quienes pueden determinar que saberes y procesos son los válidos o al menos los prioritarios. El florecimiento de robustas experiencias de “vinculación territorial” son una excelente oportunidad para darle otro cause, otra velocidad a la producción colectiva de conocimientos; que van más allá de la lógica reproductiva e incluso, podría decirse, sin temor a “ofender” a los encuadres disciplinares. Es decir, quebrando lógicas de reconocimiento de saberes que se encuentran dentro de la creencia “el grado contiene todo”. Ojo, no es para alarmarse tampoco, eh? Todo proceso institucional es entre otras cosas un proceso de jerarquización de saberes y de distribución de privilegios. No quiere decir que la Universidad como institución esté por fuera de las limitaciones de este mundo. Pero es interesante que la percepción y las expectativas que tenemos de los alcances de misiones y funciones de la universidad han evolucionado de manera significativa.

Ya no alcanza con concebir a la universidad como una fuente de luz sobre un supuesto opaco entorno carente de saberes. Ni tampoco darse a sí misma la función de simplemente de prestar las instalaciones universitarias para que se desarrollen iniciativas “foráneas”. Ni “extender” saberes impolutos, ni “vincular” lo supuestamente disperso. Se trata de otra cosa: un desafío mayor que tensiona la forma en la que concebimos nuestros planes de estudio y sobre todo, cambiar las jerarquías institucionales, simbólicas y relacionales sobre las que se produce, circula e impacta el conocimiento.

La idea es simple: los saberes son los dispositivos sociales (recursos, redes, conceptos, estrategias, etc.) que se ponen en función de la resolución de los problemas acuciantes de nuestro pueblo. Simple, pero con una capacidad transformadora tal que ya forma parte de la estrategia de crecimiento de las universidades a nivel mundial. Forma parte tanto del Plan Estratégico de nuestra universidad, como de los ejes de desarrollo del Consejo Interuniversitario Nacional y también está presente en los Objetivos del Desarrollo Sostenible 2030. Es decir, es una vía de transformación institucional sobre la que se depositan expectativas importantes.

Oportunidades institucionales

Este componente estratégico adquiere presencia institucional hoy bajo la forma de dirección dependiente de la Secretaría de Política y Territorio, como parte de la nueva estructura orgánico funcional. Hay una voluntad expresa de tomar este desafío y llevarlo a buen puerto. Claro está que con los organigramas per se no resuelven los objetivos que suponen, sino que es el trabajo de “orfebrería” lo que le da una vida efectiva. ¿Por qué? Porque intuitivamente o de manera sistemática y planificada, la construcción de lazos territoriales es una característica desde el momento cero de nuestra década como universidad. No debemos “bajar al territorio”, somos el territorio: nuestres docentes, trabajadores no docentes, estudiantes y directivos son protagonistas de lo que se entiende por “fuerzas vivas” de nuestro pueblo y no requieren un esfuerzo para “territorializarse”. A nivel concepciones, sentires y anhelos SOMOS TERRITORIO, no es necesario impostar una sensibilidad porque de hecho es la que ya nos conmueve. Forma parte de la identidad UNAJ que tan profundamente nos convoca incluso a la gran mayoría de docentes que provenimos de otros territorios.

Ser Terrritorio

“SER TERRITORIO” no nos inocula de los desafíos típicos de cualquier institución universitaria. La necesidad de desarrollar carreras profesionalistas con cierto ajuste (aunque en debate) a las tradiciones propias de cada profesión también imprime dinámicas de construcción de saberes condicionadas con los requisitos formales de los planes de estudio, con la necesaria independencia de las experiencias de las materias e incluso, por qué no decirlo, tensionada por la competencia que se da entre las agendas de trabajo de las distintas áreas de la universidad.

Son desafíos a resolver, porque necesariamente una universidad en creación expandió los esfuerzos por producir saberes, procesos y vínculos de manera espontánea, recurriendo a la creatividad de docentes, trabajadores no docentes, estudiantes y la comunidad en general que adquirió formas y tuvo impactos desiguales aunque todos necesarios. Esa inmensa energía creativa es nuestro principal capital político, cultural y relacional en pos de posicional la producción de saberes con/en/para/desde el territorio en un lugar estratégico para el desarrollo de las capacidades institucionales de la UNAJ y de transformación de la calidad de vida de nuestro pueblo.

Algunas reflexiones sobre las dinámicas de trabajo

PROYECTOS. El modelo tradicional, extensionista, en las universidades fue la promoción de experiencias de intercambio de duración variable con un tipo de vinculo institucional predominante: el “proyecto de voluntariado” con o sin financiamiento. Se logra así un incentivo para que la creatividad de docentes, Nodocentes, estudiantes y comunidad pongan en interacción parte de las capacidades de la universidad en función de objetivos no necesariamente relacionados con la “aprobación de cursadas”. Los proyectos institucionalizan esa “otra cosa” que complementa los planes de estudio. A la escala propia de nuestra universidad y aún con sobresaltos debido a los ajustes presupuestarios de iniciados con el gobierno de “Cambiemos”, este modelo es por supuesto efectivo y necesario. Con orgullo debemos decir que hoy contamos con más de 30 proyectos de “vinculación” en marcha. E inclusiva hemos de festejar que incluso durante la ASPO y la DISPO se llevaron a cabo casi 40 proyectos (2020-2021). Aportan impulso necesario a voluntades e inquietudes presentes, pero no agotan la diversidad de formas de canalizar el vínculo y la construcción conjunta de saberes en/para/con/desde el territorio.

VOLUNTARIADOS. Los voluntariados, que han tomado relevancia y visibilidad con la hermosa tarea del muy bien llamado voluntariado “Vicente Ierace” nos dan otra forma de relación que aporta muchísimo y que está actualmente buscando la mejor manera de institucionalizar las acciones. Su labor durante la pandemia representó en todo el país el compromiso y la calidad de nuestra universidad, que es hoy sinónimo de compromiso con la salud comunitaria. Pero además del “Ierace” decenas de acciones solidarias se ejecutan a diario en nuestra comunidad, con mayor o menor formalización y siempre en conjunto con otras instituciones del territorio; abarcando temas que van desde talleres literarios en cárceles, trabajo con personas en situación de consumo problemático de drogas, acompañamiento a mujeres en situación de violencia de género, transferencia de conocimiento en oficios, en agricultura periurbana, en gestión ambiental y otras. Cada una con escalas diferentes (no existe voluntariado “pequeño”, todo suma, todo hace a nuestra identidad como universidad) y cada uno con sus particularidades. Los valores solidarios son en sí mismos deseables en toda ética profesional y es deber de la universidad no obturar su desarrollo.

ACTIVIDADES. Las materias, las carreras, los institutos y las secretarias constantemente se encuentran realizando actividades que “actualizan” las discusiones y le dan a los planes de estudio y a las agendas de trabajo una perspectiva dinámica de la formación y la gestión. Es uno de los fuertes de nuestra universidad con aproximadamente 60 actividades anuales (desde charlas, actos, encuentros, jornadas, etc). Darle a estas actividades un carácter “curricular” es una opción que se está evaluando desde hace tiempo y se perfila como uno de los aportes a las curriculas de más fácil e inmediato reconocimiento.

MOVILIDAD INTERNACIONAL. Los intercambios con docentes y estudiantes de diversas partes del mundo suelen ser un importante. La tendencia en los últimos años es sin dudas la internacionalización “en casa” o internacionalización inclusiva, es decir aprovechando los medios tecnológicos que han permitido incrementar intercambios, debates, perfiles de formación y trabajo colaborativo especialmente en nuestro subcontiente. Realizamos este año un encuentro titulado “La universidad de los saberes del aula” junto con la dirección de relaciones internacionales que ha sido un rotundo éxito, permitiéndonos una mirada general sobre los avances en materia de curricularización en Sudamérica y los potenciales de trabajo en conjunto.

Palabras finales

No partimos de foja cero. Mucho se ha hecho y mucho se hará. La voluntad de nuestro rector de darle un impulso institucional a toda esta energía propia de la identidad UNAJ nos abre la oportunidad de generar acuerdos y consensos nuevos, con una impronta de colaboración y respeto por las trayectorias y perspectivas propias de cada equipo de trabajo. Para ello el respeto por las particularidades y los tiempos políticos e institucionales de cada área, de cada instituto es una de las improntas que proponemos como clave en esta oportunidad de ponderación de lo que ya venimos realizando y como clima para el nacimiento de lo nuevo. Desde la Secretaría de Política y Territorio venimos articulando casi sin darnos cuenta, creando líneas de trabajo o apoyando las ya existentes. Acompañando el hermoso trabajo que viene realizando Marcela Varela desde UPAMI. Haciendo crecer la perspectiva del “Deporte Social” junto con Ariel Oviedo, que tiene una Diplomatura en ciernes, un ciclo de torneos de fútbol femenino y con perspectiva de género, generando acuerdos con clubes que vienen trabajando los deportes colectivos como estrategia de inclusión y más. Festejando el trabajo denodado sobre la perspectiva de alfabetización, de formación continua y sindical, de idiomas, etc. Etc. Siempre con la ambición de colaborar en que crezcan las iniciativas, vengan de donde vengan, acompañando para que puedan alcanzar el objetivo conjunto de posicionar los saberes del pueblo como transformadores de las perspectivas de la universidad y como centrales para la emancipación social, el respeto por la diversidad y el cuidado de la casa común.

Autor: Dr. Astor Massetti

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