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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

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Reflexiones sobre el encuentro con Alfredo Carballeda

en el marco del VII aniversario de la carrera de Trabajo Social

Una de las incógnitas que siempre tuve sobre la vida académica –vida que me fue prácticamente ajena hasta hace poquísimos años- estuvo motivada por saber por qué algunos autores son más leídos que otros, más admirados que otros, más… ¿no lo leíste?. Olvidémonos de los clásicos. Ellos ya gozan de vida eterna, muy merecida por cierto, una inercia imparable producto de sus talentos y de la rueda institucional que los tracciona y traccionará por muchísimo tiempo más. Lectura obligatoria nos decimos entre algunos estudiantes cuando nos cruza Durkheim, Foucault, Gramsci, o Freud en algunas de las materias de formación teórica. Grandes personajes de la historia que nos generan la tentación de la certidumbre.

Sin embargo, hay otros tantos autores que a pesar de la “desventaja” de no ser parte de esos cimientos teóricos de las ciencias sociales, construyen sobre ella. Construyen para arriba, al costado, incluso en otro barrio. Gustan y seducen con sus textos ¿por qué? ¿acaso es la prosa que utilizan? ¿adjetivos cuidadosamente seleccionados? ¿un dogma compartido? ¿saben lo que le gusta al lector? Esto último seguro que no, como diría el baterista de la banda más famosa “Si supiéramos lo que le gusta a la gente seríamos empresarios”. Por el resto de los interrogantes supongo que es un poco de todo, pero en definitiva resulta un enigma incontestable.

Lo cierto es que Alfredo Carballeda se ha transformado en un referente entre los estudiantes de Trabajo Social. Es el autor más leído, y es el primero que recomiendan los estudiantes más avanzados a los recién iniciados para ayudarlos a echar luz sobre algún concepto vertebral de la profesión. Su última visita a nuestra universidad en el marco del séptimo aniversario de la carrera dejó, como siempre, múltiples invitaciones a la reflexión desde su título “Trabajo social y cambio de época”, hasta el clima de comunión de la ronda de preguntas final en un auditorio desbordado de futuros profesionales y egresades de “La Jauretche”. Todes buscando una foto, una firma, al menos un cruce de oraciones con Alfredo. Eligieron a su autor y eso siempre se celebra.

Las celebraciones no son eventos estériles y espontáneos. Los precede una historia, hechos, construcciones colectivas, ideales. Así es que, en estos encuentros, aparece la oportunidad de recoger esa historia, sus principios, qué nos motiva a ser trabajadores sociales. El propio Carballeda en su trabajo El territorio como relato, cita un bello párrafo del educador ambiental Pablo Llobera Serra “En cierto sentido, el arraigo y la vinculación con los espacios se basan en que los ciudadanos vivimos de historias, narraciones, resonancias y recuerdos del lugar…” (2015). Afortunadamente, la carrera de trabajo social en UNAJ nos ha permitido encontrar esta perspectiva, una mirada profesional y científica, pero también poética y creativa. Sensible. Esto fue también lo que tuvo lugar tanto en las jornadas de la carrera como en el encuentro con “nuestro autor”. Cohesión y reflexión.

Por eso, esta crónica no quiso caer en el facilismo del parafraseo permanente de quien expuso, sino más bien inclinarse hacia un ejercicio reflexivo que nos permita cristalizar nuestra identidad ideológica, nuestra perspectiva de derechos en el ejercicio profesional, y nuestra voluntad de acercar respuestas a los problemas que plantea un presente difuso. Presente plagado de discursos individualistas que circulan a gran velocidad por medios hegemónicos, así como en redes gobernadas por millonarios exitosos. Un paquete explosivo si se le suman las crecientes brechas de desigualdad y las obscenas concentraciones de dinero en pocas manos que casi siempre no están muy limpias.

Allá por 2016, a poco del aterrizaje del neoliberalismo sobre la dirección política del Estado, Alfredo expuso un análisis de la situación en una charla que dio en nuestra universidad. En aquella oportunidad me sorprendió cierto optimismo sobre el futuro. Él manifestaba que no percibía un cambio de época, que la experiencia política de un gobierno nacional y popular había quedado “a la vuelta de la esquina”. Que el peso específico de esa cercanía iba a hacer su trabajo incluso de manera silenciosa. Ya no había que hacer un viaje nostálgico al primer peronismo para encontrar una paleta de conquistas de derechos, redistribución del ingreso, protagonismo de los trabajadores etc. El contraste que suponía el nuevo gobierno con el anterior definía las cosas más en los términos de avances y retrocesos de un proceso político, y no en un cambio de época.

Diagnóstico acertado. Finalmente, elecciones mediante, el espacio político destronado a base de periodismo de guerra, golpes de mercado y persecuciones judiciales, pudo recuperar el gobierno mediante el voto popular. Sin embargo, “pasaron cosas” que movieron algunas placas de la historia y obligan a reformular aquel diagnóstico inicial, o, mejor dicho, ensayar uno nuevo. Durante 2016-2019, además de ajuste, represión, endeudamiento, y las siete plagas; la batalla por el control de la subjetividad se tornó aún más virulenta. Se reavivó el fuego de la meritocracia, vieja doctrina decimonónica, y se confundió a la población lo suficiente como para confiar en sus verdugos, y dudar de sus defensores.

En este sentido, surgió la necesidad de interpelar a Alfredo sobre si en este presente sí, percibía un cambio de época. Pregunta injusta si se quiere, porqué quién aceptaría semejante responsabilidad ante un escenario tan indescifrable tener que proponer respuestas taxativas. Pero no se trata de beber afirmaciones como sujetos sedientos de letras seguras, sino de intentar contestarnos nosotros mismos la pregunta de si estamos o no en un cambio de época. El punto de vista de nuestro autor de referencia es importante, pero no podemos abusar de él.

Carballeda igual no le esquivó al bulto, aunque cauteloso, eligió hablar de contexto de época. Al respecto señaló al deterioro de los lazos sociales como una de las herencias más graves que dejó el neoliberalismo. Con una manifestación clara del enfriamiento en los vínculos de reciprocidad, ligado al individualismo y la competencia donde el otro aparece como una amenaza. Una de los objetivos de toda intervención social transformadora debería tener como norte la reconstitución de ese lazo social perdido.

¿Pero cómo encarar esa intervención transformadora? Pregunta más difícil que la anterior, pero aquí Alfredo se lució con una categoría novedosa que merece ser resaltada. Sobre todo para quienes, como yo, desconocía, ignoraba, o simplemente dejé pasar al calor de la velocidad académica: La intervención deseante.

Tiene que ver con tomar en la intervención, la dimensión del deseo del otro, cómo se imagina y desea que sea su situación futura, a partir de una situacion/ problema actual. Igual para el Trabajo Social que interviene, poder desear e imaginarse la situación futura post- intervención. Las necesidades y el deseo como fuerza/ motor de la acción social. La intervención social opera en el plano de las condiciones objetivas / materiales de vida y en el plano subjetivo, de tal forma que el otro pueda hacer transformaciones en ese plano, con miras a recuperar la acción transformadora y el deseo de una vida mejor.

El deseo en el plano de la intervención social, un cierre a la altura de unas jornadas que consolidan, una vez más, la perspectiva de derechos en el ejercicio del rol profesional de nuestra carrera. Continuará…

Infinito agradecimiento al apoyo y asesoramiento de Marcelo Kowalzuck, Adriana Himm, Sofía Macay, Ari Albornoz, Ceci Morales y Astor Massetti.

Autor

Fernando de la Vega (no docente y estudiante avanzado Trabajo Social Unaj).

Bibliografía

Carballeda, A. (2015). El territorio como relato. Una aproximación conceptual. Revista Margen76, 1-6.

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