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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

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Por Antonieta Urquieta, Doctora en Trabajo Social, Profesora Asociada Departamento de Trabajo Social Universidad de Chile; Natalia Hernández Mary, Doctora en Trabajo Social, Profesora Asistente, Departamento de Trabajo Social, Universidad Alberto Hurtado; Cory Duarte Hidalgo, Doctora en Trabajo Social, Profesora Asociada Departamento de Trabajo Social, Universidad de Atacama; y Rodrigo Cortés Mancilla, Doctor en Trabajo Social, Director Escuela de Trabajo Social, Universidad Andrés Bello.

A más de un año de la revuelta social de octubre de 2019 y a 14 meses del inicio de las medidas de confinamiento como forma de controlar la diseminación viral del SARS-CoV-2 en un contexto de pandemia, podemos afirmar con certeza que nuestro país es distinto. El pasado 25 de octubre, en una jornada histórica para la democracia chilena, el pueblo expresó su firme voluntad de escribir una nueva constitución, con una aplastante mayoría en las urnas. Este hecho histórico evidencia la posibilidad de configurar un nuevo pacto social que redefina las relaciones entre el Estado, la ciudadanía, el territorio y, por cierto, el mercado.

La fuerza de esa voluntad se manifestó altisonante y masivamente primero en las calles, a través de la organización de jóvenes quienes reaccionaron frente a un alza de los pasajes, y que resumieron en una frase la necesidad del cambio de modelo a través de la consigna “No son 30 pesos, son 30 años”. En pocos días la movilización se masificó en todo el país, observándose interminables marchas, ambientadas con la voz del icónico grupo de rock chileno de los 80s “Los Prisioneros”. Miles entonaban lo que resultó un himno de la revuelta: “El baile de los que sobran”, de los olvidados, de los que patean piedras, de los que se criaron en barrios relegados, de aquellos y aquellas a quienes la promesa del milagro económico chileno no llegó sino en forma de endeudamiento, precarización laboral y una engañosa invitación a recorrer los caminos de la meritocracia como ruta exclusiva para la movilidad social.

La revuelta se extendió por calles, plazas, pueblos y ciudades, organizando diferentes repertorios de acción: algunos recordaban los desplegados en dictadura, otros mostraban la creatividad del momento. La resistencia en la calle a través de la primera línea le daba un tono épico a todo lo sucedido. Y nos encontramos nuevamente con el excesivo uso de la fuerza, con mutilaciones, con detenciones arbitrarias, con asesinatos improbables, con impunidad.

En marzo, en la conmemoración del día internacional de la mujer, más de un millón de personas tomaron las calles del país en contra de un sistema capitalista heteropatriarcal que mutila vidas y castra sueños, que ha hecho de la igualdad y el reconocimiento una promesa incumplida, y que se articula contra la vida digna. La perfomance de Las Tesis, se alzó fuerte, se entonó desde la rabia de las desigualdades y los agravios y se convirtió en un himno que desde voces e idiomas diversos se esparció por el mundo.

En esas calles llenas de impulsos de negatividad como diría nuestra querida Tere Matus, con lienzos y carteles que exigían voz en cuello: no más AFP, no más femicidios, no más colusión, no más violaciones a los DDHH, y un largo etc. En esas calles, en esa fuerza, nos encontró la pandemia.

El 16 de marzo, sólo 8 días después de la gran marcha del millón, el país entra en fase 3 de la pandemia e iniciamos las medidas de confinamiento que con mayor severidad o flexibilidad mantenemos hasta hoy.

La pandemia puso de manifiesto la desnudez del emperador. La desigualdad nos hizo más desiguales frente a una pandemia que en términos estrictamente sanitarios y de contagio se suponía nos podía tocar a cualquiera. Pero no. Confinarse, subsistir, trabajar, sanarse, estudiar, cuidar, sigue siendo una cotidiana vivencia de la desigual distribución de las oportunidades, los derechos y el poder.

Según el Ministerio de Salud (2021), hasta el 29 de abril del presente año han ocurrido 1.418.062 casos de COVID-19. De los casos notificados confirmados y probables, la mediana de edad es de 38 años, donde el 7,58% corresponden a menores de 15 años, el 25,87% a personas de 15-29 años, el 29,05% a personas de 30-44 años, el 27,77% a personas de 45-64 años, mientras que el 9,73% restante a adultos de 65 y más años.

En el plano social, un 10,3% fue la tasa de desocupación en Chile durante el trimestre móvil diciembre 2020-febrero 2021 de acuerdo con la información registrada en la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), que elabora el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE). Según la Cámara de Comercio de Santiago (CCS), Chile es el tercer país que más puestos de trabajo ha perdido en contextos de pandemia. Según el informe de la CCS, entre marzo y julio de este año se registró en Chile una caída de 20,9% en el empleo. En Latinoamérica, solamente Perú (39,2%) y Costa Rica (21%) han perdido más puestos de trabajo.

Frente a este escenario de crisis primero política, luego sanitaria, económica y social, el accionar del Estado en el plano de la salud, se ha traducido en despliegue de instancias de testeo, medidas de confinamiento dinámico según fases, la disposición de una red sanitaria de distintos grados de complejidad y la vacunación masiva. Según el Ministerio de Salud (2021), a la fecha se han administrado 15.020.233 de dosis de vacuna contra COVID-19. De los cuales, 8.210.497 son personas con primera dosis y 6.809.736 son personas vacunadas que ya completaron sus dos dosis.

En el plano social, se han dispuesto medidas extraordinarias de transferencias de recursos en modalidad de bonos, dirigidos a grupos específicos de la población, y medidas de protección del empleo. La suficiencia y adecuación de dichas medidas ha sido fuertemente discutida y puesta en duda.

En este contexto, cabe preguntarse cuál será el desenlace de la crisis que habitamos. Por un lado, pareciera que la racionalidad neoliberal lejos de terminar se fortalece en la acción gubernamental. Por otro, nunca antes desde la llegada de la democracia, habíamos tenido la posibilidad de derrumbar el modelo y echar abajo la constitución tramposa. Estamos en un momento crucial de nuestra  historia, en el que a pesar de la violencia instalada en nuestra memoria, corporalidad y territorialidad, es posible armar nuevas narrativas, repensar los proyectos colectivos y fortalecer la esperanza.

 

Bibliografía

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