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Todo su esfuerzo, toda su búsqueda, se centra en esto: quieren reconocer una palabra de hombre que les ha sido dirigida y a la cual quieren responder, no como alumnos o como sabios, sino como hombres; como se responde a alguien que os habla y no a alguien que os examina: bajo el signo de la igualdad.
Jacques Ranciere, El Maestro ignorante, 2003
Freire nos rescató. Rescató a los sectores populares, a los pobres, a los cabecitas negras, a los trabajadores golondrinas, a las mujeres que amasan el pan de los hogares humildes. Freire pensó en la gente del campo, analfabeta. Caminó pueblos, compartió con la gente que trabaja la tierra. Los reconoció. Pudo desde su mirada reconocer en esos hombres y esas mujeres las palabras enunciadas en un mundo que no era el suyo y las comunicó. Compartió con el mundo educativo y con otros mundos, que los sectores populares estaban habitados por saberes, por prácticas culturales, por formas de trabajos donde se pone en juego eso que a los educadores nos gusta nombrar como inteligencias. Lejos de sospechar de su educabilidad, nos invitó a sospechar de las escuelas.
Freire nos dijo en sus diversos escritos que uno de los problemas centrales de la educación de los sectores populares –y por qué no de la educación en general- es el tipo de relación que se establece entre docentes y estudiantes, en tanto el primero concibe como una tabula rasa al segundo. Esta potente y a la vez sencilla observación nos lleva a señalar algunos problemas que de allí se desprenden. Problemas señalados ya por Freire pero también por diversos trabajos provenientes del campo de la pedagogía, de la piscología educacional y de la antropología entre otros.
Un primer problema es el no reconocimiento de las prácticas y de los saberes que los sujetos producen en sus contextos cotidianos o de crianza. Este no reconocimiento implica per se un problema político, en tanto se establece entonces una jerarquía de saberes, entre los que produce el pueblo y los que transmite la escuela, entre los que posee el estudiante y los que enseña el maestro. Los saberes de la escuela, en términos gramscianos, establece los saberes hegemónicos y el pueblo, los sectores populares poseen los saberes subalternos. El currículum escolar, como es bien sabido, es una selección de lo que el mundo adulto –o una porción del mismo- desea transmitir a los recién llegados. El problema central en este punto es qué se delimita como lo legítimo a transmitir y ligado a ello, el silenciamiento de las culturas situadas por fuera del mundo occidental, blanco, clasemediero, masculino, heterónomo, universitario, etc. En definitiva el problema es ubicarse por fuera de los cánones de la matriz europeizante con que fue concebida la educación en la modernidad.
Un segundo problema que quiero presentar aquí viene de la mano de Jacques Ranciere. Una obra más reciente pero que encuentra puntos que común con la del autor que aquí nos convoca. Ranciere en su trabajo El maestro ignorante va a señalar que el sistema educativo moderno se basa en la lógica de la explicación: el docente explica al estudiante lo que el estudiante no sabe. Pero a ello agrega algo que es fundamental desde mi punto de vista y que el estudiante aprende en el sistema educativo, no solo que no sabe, sino también que no puede saber por sí mismo, que necesita para aprender la presencia de un maestro explicador. Aquí radica entonces el segundo problema.
En este orden de ideas, es posible decir que la potencia del pensamiento de Paulo Freire fue haber podido poner sobre la mesa el estatuto político que implica la transmisión de conocimiento. Aquí ubica tanto el cómo (recordemos en este sentido lo que se plantea respecto de la educación bancaria), así como el qué.
Para los sistemas educativos el legado de Freire o la potencia del pensamiento de Ranciere puede implicar la necesidad de repensar no sólo en el qué se enseña y el cómo, que desde ya no son problemas menores, sino que implica pensar el sentido mismo de la escuela en términos de las relaciones que establecen los sujetos con el saber. Cuando hablamos de sujetos incluimos en la pregunta a docentes y estudiantes. Hace un tiempo, una reconocida y querida pedagoga argentina, Flavia Terigi, señalaba que la escuela transmite un saber que no produce. Nuevamente aquí se abre entonces la pregunta ¿Quién produce los saberes que transmite la escuela? ¿Qué sucede con los conocimientos producidos en los territorios que hospedan a las instituciones educativas? ¿Cuánto de las formas de aprender por fuera de los muros escolares no puede mostrar cómo se puede aprender en dentro de escuelas y universidades?
Finalmente podemos ensayar algunas preguntas que abran los debates que debemos seguir profundizando ¿Quiénes son los recién llegados a las instituciones educativas? ¿Los estudiantes provenientes de los sectores populares, o las instituciones educativas? ¿Quiénes son los nativos y quienes los extranjeros?
Lo que sí sabemos es que las escuelas, las instituciones educativas en general, producen conocimientos. Docentes y estudiantes producen conocimientos que nunca escribimos, que nunca registramos. Saberes que producidos allí, localmente, podrían pasar de una generación a otra. Producciones comunitarias, memorias colectivas: los saberes del pueblo, están allí, solo falta, como diría Freire, reconocerlos.
Autora: Julia Lucas, Docente e Investigadora UNAJ