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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

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Por Astor Massetti

¿De dónde venimos?

La idea mera idea de que un sistema universitario centenario como el argentino pueda en su totalidad encarar una reconversión en masa de las modalidades de dictado es asombrosa. Lo es más la comprobación que ha sido posible y que, con suerte dispar ha logrado el cometido principal: garantizar el acceso a la educación superior. La primera pregunta que nos surge: ¿En qué se basa tal éxito?

Argentina es un país muy orgulloso de su tradición Universitaria. Con la fundación del Colegio Máximo a principios del siglo XVII fue pionera en Iberoamérica. También fue una influencia inmensa en el continente cuando en 1918 protagoniza el primer movimiento político universitario que promueve e instala la democratización de la universidad, proyectando a todo el continente sus debates y propuestas, iniciando la incorporación de las clases medias (emergentes del proceso migratorio) y también, no sin contradicciones, de las mujeres. Más tarde, la creación de las universidades obreras va a ser un intento de avanzar en la incorporación de las capas más humildes de la población; y más elocuente en este sentido la reforma constitucional de 1949, la cual garantizó la gratuidad de los estudios superiores.

El objetivo central era incentivar el desarrollo del conocimiento como un polo de desarrollo social, en una Argentina de post guerra que se imaginaba democrática y en crecimiento. Las universidades públicas que garantizaban ese acceso gratuito e irrestricto con formas de gobierno interclaustro se hicieron laicas y autónomas al punto que lograron sobrevivir la inestabilidad política propia de los años 1950 luego del derrocamiento de Perón; siendo protagonista de amplios movimientos de resistencia a las dictaduras (la de Onganía en 1962, que resultó en la persecución y purga de los docentes no adictos al régimen militar) y fue también protagonista desde sus albores de la radicalización de la juventud en la década del 1970, en un contexto mundial de revueltas. La reconstrucción de la universidad al finalizar la dictadura militar más sangrienta (1976-1983) tuvo un carácter reparador de espacios de creación del conocimiento; con un compromiso inequívoco en función al proceso reconstrucción democrático. Claro que en la década de los ’90, con el auge de las políticas neoliberales, la universidad fue también vista como un botín de guerra que, empero, no logró ser saqueada. Las reformas de ley de esa época no lograron quebrar en esencia la gratuidad y el sistema universitario argentino vio una nueva época de expansión que, bajo el proceso general de descentralización, generó tanto nuevas universidades públicas en el conurbano bonaerense como también nuevas universidades privadas no confesionales.

En definitiva, la universidad argentina estuvo siempre acompasando los procesos sociales y políticos, sufriendo su suerte. Siendo la “cara amable” de un estado cuando se retiraba de su función de garante del bienestar público; produciendo los recursos humanos que nutrirían los cuadros políticos, científicos y recursos humanos de gran parte de Sudamérica. Pero a pesar de su importancia, su carácter de pública, irrestricta, autónoma y gratuita ha sido objetivo de ataques especialmente de carácter económico.

Deudas y Herencias

A pesar de su irredenta voluntad de independencia y de supervivencia en los frágiles contextos políticos en el país y el continente, los presupuestos para educación superior paupérrimos postergaron sobre todo la curva de crecimiento en infraestructura y en tecnología. Un sistema universitario que, a pesar de ser pionero en términos de conectividad, por ejemplo, con la creación temprana de la red troncal que fuera el primer soporte físico para internet en argentina (RIU), se caracterizó empero por el financiamiento deficiente. Es decir, universidades públicas pobres en infraestructura e innovación, con relaciones complejas con el sistema nacional de investigaciones (también acotado) y con pésimas relaciones con el mundo empresarial y con el usufructo de las patentes de producción propia. El sistema de post grados, por ejemplo, inicia hacia finales de los años 1980 y tuvo que forzosamente transitar la vía del arancelamiento parcial para poder emerger. Y su expansión, sub financiada también, depende fundamentalmente de esta estrategia.

Luego de la peor crisis económica desde la década de 1930, los gobiernos populares que emergieron en el subcontinente como respuesta a la corrupción e indiferencia política neoliberal imprimieron nuevos aires para el sistema universitario. Por ejemplo, tratando de recuperar la inversión en infraestructura, creando nuevas universidades, mejorando salarios, reconstruyendo un sistema de ciencia y tecnología que tuvo por primera vez un ministerio propio. La avanzada neoconservadora que le sucedió y que asola al subcontiente, intentó desmantelar esos avances en sentido inverso: desfinanciando nuevamente a universidades y organismos de ciencia y tecnología, descontinuando políticas de democratización del acceso a la tecnología y de desarrollo de una infraestructura de medios democrática.

En resumen, en herencia: esta larga y compleja historia es la historia de mujeres y hombres que vivieron y murieron por la universidad, honrados y perseguidos por sus ideas y su trabajo. Generaciones completas diezmadas por el terrorismo de estado. Los cuadros universitarios fueron muchas veces cómplices de la tecnocratización de las políticas gubernamentales, transfiriendo, como se hace ahora con la investigación sobre vacunas, tratamientos, protocolos, dispositivos y curas para el COVID-19, sus saberes al sector privado o a los organismos internacionales capaces de crear una elite que proviene de la universidad pública pero que se orienta a metas particulares. En este contexto el interés por los modelos de educación a distancia no tuvo la expansión que sí hubo en otros países. El sistema universitario argentino es una gran máquina analógica, con procesos administrativos al estilo de las burocracias decimonónicas, con infraestructuras desiguales (especialmente en tecnológico) y con pobre financiamiento.

Reconvirtiendo… en el peor momento

La reconversión de las modalidades es una victoria política de las universidades en medio de una crisis social de gran envergadura. La reconversión a la modalidad remota de dictado, administración y gobierno universitario ocurre en el contexto de la asunción de un gobierno que proponía deshacer el camino empresarial de la gestión devolviendo al estado su rol de mediación entre los sectores más vulnerables y los más beneficiados. En ese contexto llega la pandemia a la Argentina, que había sido saqueada de manera tan visible que la salud había sido despojada de un ministerio que la organice, la inversión pública en infraestructura social (hospitales y escuelas) era nula y sus presupuestos decrecientes; lo que había perfilaba a los negociados de la clase política encaramada en lo más alto; como mundialmente salió a la luz en los famosos panamá papers. La pandemia no llega a la Argentina en una bonanza económica ni en un momento óptimo para las estructuras del estado en general, el sistema universitario y el de ciencia y tecnología.

De grandes dimensiones pero mal financiada, perseguida por gobiernos antipopulares, sin embargo, el sistema universitario abrazó rápidamente la idea de la reconversión de sus modelos interaccionales con bastante convicción y rapidez. Muy importante en esta voluntad es el grado de madurez de las instituciones universitarias que en sus ámbitos de interlocución (el Consejo Interuniversitario Nacional y la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria, especialmente) rápidamente se impulsaron a la sencilla pero poderosa idea de convocar a toda la universidad como comunidad para no abandonar a la población, no despoblar los territorios, no quebrar los vínculos con los poderes locales, no dejar de investigar ni de producir saberes colectivos, hechos culturales, dinámicas de interacción social positivas, visibilizando y siendo apoyatura, por ejemplo (no sin conflictos, por supuesto), de un movimiento social de aceptación de las disidencias de género y de debates sociales que han logrado dinamizar la cultura y avanzar en la apertura de espacios de representación política para otros géneros con correlato en estructuras ministeriales y marcos legales en ese sentido.

Inventario

¿Entonces cómo fue posible que se haya realizado una enorme, titánica y experimental transformación de la modalidad de dictado de sus clases, reconversiones administrativas y de gestión política que hoy llamamos livianamente “virtualización”? ¿De qué alcance estamos hablando? En la actualidad, el sistema universitario argentino alcanza a casi 3.000.000 de estudiantes, más de 300.000 docentes y 50.000 trabajadores no docentes en 51 establecimientos, de los cuales al menos 9 fueron creados en los últimos 20 años. La reconversión hacia las modalidades remotas de dictado, administración y cogobierno ha sido una enorme y bíblica peregrinación en el desierto de la falta de experiencia, recursos y políticas previas (al menos a la escala que se presupone). Todo esto está pasado durante la pandemia. Es una victoria. Es fruto del compromiso férreo de toda la comunidad educativa.

Pero no es todo maravilloso. Primero porque la pandemia sigue aquí y parece que esta otra ola de contagios es más fuerte. La tensión sobre el sistema de salud tiene su reverberancia en las universidades (únicas fuentes de recursos humanos e incluso parte activa del sistema de salud con sus hospitales universitarios). Principalmente, el impacto de la decisión de reestructurar las modalidades de dictado, administración y gobierno recae en las personas que encarnan el sistema como individuos. Las políticas de acompañamiento de la reconversión han sido insuficientes, contradictorias y generadoras a la postre de otras tensiones no previstas.

La primera a mencionar es la precarización laboral que han tenido (también) los y las trabajadores universitaries. No sólo por estar a su suerte (y creatividad) a la hora de repensar las estrategias pedagógicas, sino porque lo poco de regulado que tenía la práctica docente (más apoyada en usos y costumbres que en otra cosa) explotó en una diversidad incontrolable. La reconversión de programas de materias de dictado presencial a virtual fue absolutamente desregulada y espontánea, potenciando las distintas concepciones que coexisten de manera desordenada en el sistema. Los aprendizajes necesarios para realizar estas reconversiones no estuvieron disponibles de manera sistemática y suficiente, siendo les trabajadores quienes absorbieron responsabilidades y costos asociados a la virtualización. El primer cuatrimestre del 2020 fue puro voluntarismo, donde la idea de buscar una legalidad en el proceso de reconversión y una reinstitucionalización virtualizada nos llevó el 2020 completo.

Los equipos de trabajo en las áreas de sistemas, tradicionalmente mal financiados y jerarquizados en la administración pública en general sufrieron un impacto de demanda increíble. Es por esto que gran parte de los recursos tuvieron que ser también reconvertidos, un poco a tientas, para acompañar algo de la nueva infraestructura virtual. Claro está que se podría pensar que, pandemia mediante, crisis socioeconómica correlativa y reconversión “critica” de la universidad, esto revertiría la voluntad de la población por “apostar al saber”. Pues no. La universidad, lo hemos visto en reiteradas ocasiones, resulta ser una “actividad refugio” de las juventudes durante las crisis. Lejos de perder matrícula, la presión de la demanda por cupos en materias fue in crescendo, lo que tensionó aún más la infraestructura. Se visibiliza esta tensión en dos puntos concretos, aunque tiene por supuesto múltiples aristas. Primero en los momentos del calendario académico que implican inscripciones: inicio de cuatrimestre, períodos de exámenes regulares y libres y también en los finales de cuatrimestre con el cierre de actas. Allí, los departamentos de sistemas, conectividad y recursos humanos tienen su pico de demanda que suele salir mal: pérdidas de información parcial, saturación de la conectividad, servidores ineficientes o que no alcanzan.

Pero este no es el único “costado tecno” del asunto: la reinstitucionalización bajo la preocupación de la legalidad del proceso de reconversión puso en primer plano la estrategia del moodle (campus virtual) como reemplazo a la institucionalidad física de la universidad. Esto antes pensado como una técnica con soporte físico en el ámbito universitario (los dominios edu.ar por ejemplo; los servidores propios) y con una interface que sirviera de regulación de las interacciones docente-estudiante. No había experiencia de masificación de los moodle. Más bien era incipiente su implementación: como una estrategia de expansión hacia lugares de difícil acceso, como un complemento o como toda una propuesta desarrollada e institucionaliza de educación virtual así pensada desde un principio. La masificación explosiva del moodle, sin soporte de infraestructura que acompañara, sin recursos humanos suficientes y sin capacidad de absorber la carga de contenidos pedagógicos reconvertidos sigue siendo una batalla cotidiana. Pero, sin lugar a dudas, la relación entre los sistemas de gestión de alumnos (SIU) y los moodle es el punto más crítico del sistema.

Lo que agrava la situación es que la infraestructura privada de redes (los ISP) en Argentina es de calidad dudosa y concentrada como negocio: conectividades inestables de baja calidad que no logran ser el nuevo “lazo social” educativo. Sin embargo, no se han privado estas empresas de imponer tarifas leoninas en esta situación de crisis epidemiológica; que tuvo (y tiene) la estrategia de Aislamiento Social como principal herramienta de cuidado. Los ISP y las compañías telefónicas, monopólicas, han tenido una pésima performance de soporte en esta crisis.

Lo urgente de la reconversión de modalidad de dictado y lo precario e incipiente de los recursos propios de las universidades hicieron que la experiencia docente (auto producida intuitivamente, por cierto) se volcara en masa a las plataformas audiovisuales, las redes sociales y las apps privadas. Estas empresas se adaptaron un poco mejor al nuevo “mercado”, algunas veces modificando sus políticas comerciales (por ejemplo, permitiendo su uso gratuito sin límite de tiempo). Pero no por eso simplifica la reconversión: cuyos objetivos pedagógicos se apoyan y conviven con objetivos comerciales de estas empresas; tratando de retener y convencer a estudiantes que los contenidos virtualizados son posibles y necesarios. Las carencias en softwares propio, la incapacidad de volcarnos eficientemente hacia software libre, la expansión cultural de las apps de redes sociales y sobre todo la expansión del uso de los smartphones son el límite material-cultural de la reconversión de la modalidad de dictado en educación superior. Impactan en la calidad de las interacciones en todo sentido. Las hacen más difíciles en términos de calidad de imagen, sonido y estabilidad.

Pedagogías de guerra

En los entornos más desfavorecidos, donde se convive compartiendo computadoras, con conexiones de baja calidad, con equipos obsoletos o simple y llanamente recurriendo a los celulares como único dispositivo de acceso a los contenidos e interacciones, la experiencia universitaria se convierte en un verdadero gradiente de posibilidades y de efectividad difícil de comprobar con las estrategias estadísticas tradicionales provenientes de los indicadores de seguimiento de matrícula. Cualitativamente, se relevan y perciben múltiples dificultades en cada interacción.

La continuidad de proceso pedagógico, garantizada en términos de voluntad del sistema universitario de no abandonar a la población tiene un impacto desigual en la experiencia de cursada. Acceso y permanencia hoy significan algo completamente distinto en la práctica. La trayectoria estudiantil durante la cursada es más errática y volátil, más difícil de estimular, seguir y evaluar. Y queda revestida siempre de la sensación que estamos en una situación de emergencia que lejos de enorgullecernos nos problematiza.

Con ya 3 cuatrimestres (incluyendo la cursada de verano) de experiencia, con el cuarto cuatrimestre en curso y con la sensación de quizás se avecine un quinto cuatrimestre, podemos entender complejidades que antes ni nos imaginamos: hay una generación de estudiantes que ingresó en el 2020 y aún no ha tenido ni una sola clase presencial. Esta generación virtual, de difícil aprehensión y contacto, se encuentra sin la referencia del control social que implica la copresencia; sin una “cultura” del estudiante universitario ni expectativas construidas colectivamente. Privados de la posibilidad de participar en debates y discusiones que estimulen sus puntos de vista al movilizar sus cuerpos, transitan un sistema universitario plagado de ilusiones y la mejor de las voluntades para seguir cumpliendo sus objetivos.

La extensión de la pandemia en el tiempo no ayuda tampoco al ajuste emocional que la frustración del entorno tecnológico (con impacto en lo administrativo y lo pedagógico) le imprime a la experiencia universitaria. Y el contexto político cultural de la Argentina no ayuda: cuando una clase política conservadora y retrógrada hace extremas sus posturas para competir electoralmente sobre la base de creación de una sensación apocalíptica. Las demandas al estado se hacen más abstractas y al mismo tiempo, la gestión pública se hace concretamente más difícil. Se incluye aquí la gestión de la interacción que cada docente hace día a día.

Les docentes ponen su espacio personal y tensionan sus relaciones de convivencia para sostener las demandas estudiantiles de contención y organización de un sistema que les excede. La precarización laboral del teletrabajo que incluye asumir los costos económicos, de capacitación, de reconversión de contenidos y de contención de las demandas estudiantiles; se encuentra además un contexto salarial en creciente retraso. Todos estos elementos no hacen de la experiencia docente tampoco una panacea.

Sin embargo y sin poder explicar este fenómeno sin el trasluz de la historia de la universidad en Argentina, seguimos acá. Cuarto cuatrimestre. Construyendo comunidades de trabajo (con suerte) a contramano de cierto aire “liberal” del docente universitario. A contramano de estructuras políticas de jerarquización de los saberes que no colaboran en la búsqueda de soluciones pedagógicas. A contramano de las propias diatribas de los órganos de cogobierno y sistemas administrativos. La universidad se muestra empero como una mirada del presente en clave de futuro. Una apuesta a sobrevivir generando opciones para trayectorias de vida condenadas a la vulnerabilidad. La universidad que hoy tenemos, de alguna manera y a pesar de todo, es una universidad soñada, comprometida y activa; no un vector de contagio, sino un soporte social, un sistema de relaciones que promete colaborar en una salida crítica y solidaria que nos permite definir qué tipo de sociedad queremos ser.

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