Por Rocio Rodriguez
En el marco del 25 de noviembre, día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres, resulta imprescindible reflexionar sobre aquellas violencias menos visibles pero profundamente arraigadas en la sociedad, Una de ellas es la que atraviesan las trabajadoras sexuales, específicamente quienes ejercen en entornos virtuales. El trabajo sexual virtual ha cobrado relevancia en los últimos años, sobre todo tras la pandemia cuando muchas mujeres encontraron en las plataformas online una forma de sostén económico frente a la crisis. Sin embargo, la virtualidad no elimino las desigualdades ni el estigma: solo las transformó.
Esta investigación (todavía en curso) busca explorar como los estigmas sociales asociados al trabajo sexual virtual afectan la salud mental de las trabajadoras del sur del conurbano bonaerense. El enfoque se encuadra en una perspectiva feminista y desde el Trabajo Social, entendiendo que las experiencias de estas mujeres revelan tensiones entre la autonomía, la moral social y la ausencia del estado.
Trabajo sexual:
Hablar de trabajo sexual implica ingresar en un debate que atraviesa a la academia, al feminismo y a las políticas públicas. No se trata solo de una práctica económica, sino de un fenómeno social cargado de sentidos morales y de relaciones de poder. En su análisis histórico sobre Buenos Aires, Donna Guy (1994) muestra que el trabajo sexual no surgió como un hecho aislado ni excepcional, sino vinculado a los procesos de urbanización, la pobreza y la llegada masiva de inmigrantes a fines del siglo XIX.
En ese contexto, muchas mujeres encontraban en la prostitución una forma de supervivencia económica. El Estado, sin embargo, osciló entre la tolerancia reglamentada y el castigo moral, instalando un modelo en el que las trabajadoras sexuales eran consideradas necesarias, pero a la vez peligrosas para el orden social. Guy (1994) advierte que esta ambivalencia histórica continúa vigente en las políticas actuales, donde se reconoce la existencia del trabajo sexual pero sin garantizar derechos a quienes lo ejercen.
Los debates contemporáneos sobre el trabajo sexual en América Latina suelen organizarse en torno a dos grandes posturas. Abolicionismo: Concibe el trabajo sexual como una forma de violencia estructural contra las mujeres. Bajo este marco, la prostitución no puede ser considerada una elección libre, ya que está atravesada por desigualdades de género, clase y, muchas veces, por coerción directa. El objetivo político es la eliminación del sistema prostituyente, enfocando las intervenciones estatales en la protección, asistencia y “recuperación” de las mujeres involucradas. Daich (2022) advierte que esta postura, pese a su intención de denunciar la explotación, puede derivar en intervenciones que invisibilizan las voces y demandas de las propias trabajadoras, al ubicarlas únicamente en el lugar de víctimas.
Regulacionismo: plantea que el trabajo sexual debe ser reconocido como una actividad laboral legítima, con acceso a condiciones dignas, protección social y derechos laborales. Desde esta perspectiva, la falta de reconocimiento jurídico es una de las principales fuentes de vulneración. Gil (2024) sostiene que la regulación permitiría reducir la violencia institucional y el estigma, habilitando a las trabajadoras a organizarse colectivamente y a disputar su lugar en el espacio público.
¿Qué es el trabajo sexual virtual?
Durante la pandemia, muchas mujeres se sumergieron en la venta de contenido sexual, interacción por cámara o conversaciones eróticas. Según Torraza (2022), esta modalidad habilita cierta autonomía: manejo de horarios, reducción de riesgos en la calle, pero también nuevos riesgos digitales y desigualdades tecnológicas. Como plantea Orduz Ramos (2021), aquí no solo se expone el cuerpo: se trabaja con la emocionalidad, la sensualidad y la escucha. Es un trabajo que requiere sostener roles, fantasías y vínculos. Y eso impacta en la salud emocional.
En lugar de dar por sentada una posición, el aporte de esta investigación se centra en escuchar a las trabajadoras sexuales, comprender cómo ellas definen su propia realidad laboral y cómo experimentan las múltiples formas de estigmatización que las atraviesan en la vida cotidiana.
Violencias y estigma: lo que no se ve
El trabajo sexual, sea presencial o virtual, está atravesado por una forma persistente de violencia simbólica: el estigma. Como plantea Falconí Abad (2022), este no se limita a las miradas moralistas, sino que se reproduce en instituciones de salud, en espacios judiciales y en los medios de comunicación. Es una violencia silenciosa que condiciona la vida cotidiana, el acceso a derechos y la salud mental de quienes ejercen esta actividad.
Un ejemplo reciente que evidenció la potencia del estigma fue el caso de las tres mujeres asesinadas en Florencio Varela en 2025. Antes de conocerse el desenlace, los titulares destacan que “eran prostitutas”, como si esa palabra explicara y/o justificara su destino. Tal como advierte Sequeira (2023), el estigma actúa como una forma de poder que desplaza la atención de las violencias estructurales la pobreza, el narcotráfico, la falta de oportunidades hacia la supuesta “moralidad” de las mujeres.
Así, las víctimas dejan de ser percibidas como tales, y se las coloca en un lugar de culpabilidad. Es la misma lógica que atraviesa los comentarios de las personas, que ante cada caso repiten: “sabían en lo que se metían”.
Gamboa Luna (2021) profundiza en cómo este discurso negativo afecta directamente la subjetividad de las trabajadoras sexuales. Para ella, la estigmatización no sólo marca el cuerpo social, sino que también se internaliza, generando culpa, vergüenza o aislamiento. Sin embargo, muchas de las mujeres entrevistadas desarrollan estrategias de resistencia que van desde el humor hasta la organización colectiva en redes y grupos virtuales de contención.
Voces del campo: experiencias y sentidos
Durante el trabajo de campo, las entrevistas permitieron ponerle nombre y emoción a lo que muchas investigaciones mencionan en abstracto. Las mujeres con las que hablé todas residen en el sur del conurbano bonaerense y ellas compartieron relatos de resiliencia, cansancio y también de orgullo por su independencia.
Sabrina, trabajadora virtual de Quilmes, contó que al empezar “sentía felicidad y mucha esperanza de mejorar mi calidad de vida”, pero que el trabajo “a escondidas” la llevó a “estar muy encerrada en mi habitación”. Como muchas otras, prefiere ocultar su actividad por miedo a los prejuicios, especialmente en espacios donde puede afectar a sus hijas.
Pese a eso, afirma: “No me da vergüenza por mí, sino que tengo que cuidar la intimidad por mis hijas. Es una oportunidad de mejorar sus vidas, pero muchas madres solteras no lo hacen por miedo a ser juzgadas”.
Daiana, de Bernal, explicó que valora la posibilidad de manejar sus horarios y conciliar con la maternidad, pero reconoce que “hay un vaivén en la autoestima cuando no logro mi meta diaria”. También señaló el peso de los comentarios despectivos: “Muchos dicen ‘vendés tu cuerpo’, pero todos vendemos el cuerpo en función de un empleo pago”.
Por su parte, Agustina, de Avellaneda, comenzó gracias a un grupo feminista y destacó la importancia de la sororidad entre compañeras: “Me animó saber que había otras chicas que se contenían y se tiraban consejos”. Aun así, debe ocultar su trabajo en la escuela de su hijo por miedo al juicio social: “No me gusta callar, pero lo hago por estrategia”.
Finalmente, Mariel, de Berazategui, expresó el costado más doloroso: “Tengo que ocultarlo de mi familia y mi novio, y mi entorno juzga igual aunque no sepan de qué trabajo”. Su relato refleja el agotamiento emocional que produce la doble vida: la necesidad de sostenerse económicamente y al mismo tiempo lidiar con el silencio, la culpa y la soledad.
Estos testimonios permiten comprender, como señala Orduz Ramos (2021), que el trabajo sexual virtual no se reduce a “mostrar el cuerpo”, sino que implica sostener vínculos, emociones y estrategias de supervivencia. Es un trabajo emocional y socialmente demandante, en el que la línea entre lo laboral y lo personal se desdibuja.
Hacia una mirada integral del cuidado
En el marco del #25N, pensar el trabajo sexual virtual desde una perspectiva de género implica reconocerlo también como un espacio donde se expresan violencias invisibles: la exclusión, el prejuicio, la criminalización y el silencio institucional.
Como plantea Gil (2024), la ausencia de reconocimiento legal agrava esa vulnerabilidad, mientras que la falta de políticas públicas específicas refuerza la precariedad y el aislamiento.
Las experiencias compartidas por las entrevistadas muestran que el estigma no solo afecta la salud mental, sino también la posibilidad de construir redes de confianza y acceder a derechos básicos. Frente a ello, el Trabajo Social puede cumplir un papel clave: acompañar sin juzgar, promover la escucha y articular políticas de cuidado que reconozcan la autonomía y dignidad de quienes ejercen este trabajo. Al reflexionar sobre la intervención profesional, resulta importante recuperar a Alfredo Carballeda (2012), quien entiende el Trabajo Social como una práctica situada en la complejidad de lo social, donde el sujeto no debe ser reducido a la carencia o la vulnerabilidad. Desde esta mirada, la intervención no puede limitarse a “asistir”, sino que debe generar espacios de diálogo, reconocer saberes y construir vínculos basados en el respeto y la confianza. Aplicado a este campo, implica escuchar las voces de las trabajadoras sexuales sin moralizarlas reconociendo que el sufrimiento psicosocial que atraviesan no es individual, sino producto de estructuras de desigualdad y exclusión. El desafío, como señala Carballeda, es pasar de una práctica centrada en la “ayuda” a una práctica centrada en el encuentro con el otro, en la reconstrucción de sentidos. Esto cobra especial relevancia frente a un grupo históricamente invisibilizado y estigmatizado, como el de las trabajadoras sexuales virtuales.
Acompañar desde el Trabajo Social supone romper con el silencio institucional, garantizar que las políticas públicas reconozcan la diversidad de trayectorias y sostener intervenciones que contemplen la salud mental desde una perspectiva integral: emocional, comunitaria y de derechos.
En última instancia, el desafío es romper el silencio. Nombrar el estigma también es una forma de resistencia. Escuchar sus voces, hacer visible su realidad y reconocer su derecho a existir sin miedo ni vergüenza son pasos imprescindibles hacia una sociedad más justa e inclusiva.
Porque, como dijo una de las entrevistadas, “no me da vergüenza por mí, sino por lo que la sociedad podría hacerles a mis hijas si supieran a qué me dedico”. Esa frase resume la profundidad del problema: el estigma sigue siendo una forma de violencia que atraviesa generaciones.
Por eso, repensar el trabajo sexual virtual no es solo un tema académico, sino una urgencia social. Implica preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir: una que castigue las diferencias o una que las reconozca como parte de su riqueza. Desde el Trabajo Social, la respuesta se encuentra en la empatía, la escucha y el compromiso ético con los derechos humanos.
Bibliografía
Carballeda, A. J. M. (2012). La intervención en lo social: exclusión e integración en los nuevos escenarios sociales. Paidós.
Daich, D. (2022). Prostitución, política y feminismo en América Latina. Siglo XXI Editores.
Falconí Abad, K. (2022). El estigma en la prostitución en Ecuador: testimonios desde la marginalidad. Universidad Central del Ecuador.
Gamboa Luna, K. (2021). El discurso social negativo y su impacto en la salud mental de las trabajadoras sexuales. Universidad Nacional de Colombia.
Gil, P. M. (2024). Hacia una transformación legislativa: feminismo jurídico y reconocimiento del trabajo sexual en Argentina. Revista Derechos y Género, 12(2), 45–63.
Guy, D. (1994). Sexos peligrosos: moralidad y prostitución en Buenos Aires, 1875–1932. Editorial Sudamericana.
Orduz Ramos, P. D. (2021). Emociones, identidad y trabajo sexual virtual: entre la intimidad y la exposición. Universidad de Los Andes.
Sequeira, S. (2023). Trabajo social, feminismos y trabajo sexual: debates contemporáneos en Argentina. Universidad Nacional de La Plata.
Torraza, F. J. (2022). Economía digital y trabajo sexual: desigualdades en las plataformas virtuales. Revista Latinoamericana de Sociología, 38(1), 22–41.
