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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

Si sufrís violencia de género llamá al 144.

Hasta ahora las grandes crisis han operado históricamente como dispositivos esquizoides: con ellas el capitalismo se desestabiliza pero siempre las usa como medios para apuntalar su poder. Sin embargo, desde su marcha actual, están integradas condiciones epocales que permitirían invertir su desenlace. El siglo XXI cuenta con una estructura material con la que nunca contaron las sociedades atrapadas en el vértigo de las grandes crisis en el pasado: el alcance de la técnica moderna como técnica planetaria proporciona a la sociedad mundializada una potencialidad inédita que podría realiza para seguridad y, más aún, para autoliberación de sí misma. En lugar de que, devastando el proceso de reproducción vital, se le sustraigan más recursos a la sociedad para activar la re-estabilización de la acumulación global del capital, sería posible vislumbrar, si se hace estallar el ethos realista, esa cultura histórica que asume esta configuración de la modernidad con el capitalismo como la única viable y posible, que es factible voltear la situación. Inventar y garantizar un proceso inédito de reproducción social que, frente y contra la crisis epocal del siglo XXI, arrebate condiciones de seguridad humana y, con el objetivo de contrarrestar y protegerse de sus impactos, hasta avanzar para ir más lejos.

El siglo XXI ha comenzado con una combinación sumamente peculiar que delinea los trazos generales de la plataforma desde la cual podría volverse efectiva esa inversión histórica. En la medida en que vivimos en la era del mayor progreso tecnológico en la historia de las civilizaciones, la mundialización de la técnica moderna dota de presencia a una capacidad tecnológica que, arrebatándosela a las trayectorias hegemónicas de la acumulación capitalista, de un modo enteramente asequible, podría canalizarse hacia otra dirección fundando estrategias de anticrisis sustentadas en principios de seguridad humana para garantizar la reproducción vital de las naciones. El hambre contemporánea viene de una escasez espuria que impone el cinismo histórico, no proviene de una escasez tecnológica inevitable; la mundialización de la pobreza constituye un estado de escasez artificial, no una fatalidad ineluctable. Presionados por la crisis mundial alimentaria, la mundialización de la pobreza, la 4ª gran crisis y la crisis ambiental mundializada, los dominados modernos tienen ante sí el reto y la necesidad histórica que los impele a asumir el ejercicio de su soberanía para alterar la rapport de forces en las luchas nacionales y mundializada de clases, inventando alternativas inéditas pero viables y realizables que les permitan subvertir los costos que la crisis epocal del capitalismo viene lanzándoles encima. En este sentido, en el inicio de este siglo, necesidad histórica y capacidad tecnológica se están combinando y convocan al desarrollo de la capacidad política, la soberanía social, de la que depende la vuelta mundo de esta potencialidad. Desde ella, la desmercantificación podría constituir un proyecto estratégico de primer orden para encarar la crisis epocal del capitalismo.

Identificar la radicalidad de sus alcances exige necesariamente diferenciar y contrastar, desde una especificación crítica de los proyectos históricos de capitalismo y modernidad en curso, los diversos e incluso contrapuestos proyectos de desmercantificación que se están gestando y que están colisionando por definir el futuro.

Contraviniendo la ilusión de que con el “neoliberalismo” el capitalismo alcanzaba una forma con la que desde el mercado podía equilibrarlo todo, los colapsos que integran la crisis epocal del siglo XXI revelan el modo en que, desde dentro del capitalismo cínico pero rebasándolo, otro proyecto de capitalismo se incuba pugnando por reordenar la configuración global del mismo para administrar con mayor violencia las crisis y la distribución de sus efectos: desde ese proyecto, que parte de admitir la inestabilidad concomitante al capitalismo cínico, surge una agresiva tendencia de reconfiguración neoautoritaria e incluso neonazi del mundo para las próximas décadas del siglo.1

En la medida en que ese proyecto de capitalismo no se contiene para radicalizar la violencia con tal de mantener los privilegios conquistados mediante la recomposición de la clase dominante que impuso el cinismo histórico, en cuanto asume que implantar y garantizar el funcionamiento de nuevas formas de acumulación y su concomitante acceso elitista al confort requiere del sacrificio ante el cual la democracia es un obstáculo, responde al hambre o la pobreza con represión si estallan explosiones políticas y no se detiene en el ejercicio de la violencia político-destructiva por el control monopólico de los recursos naturales estratégicos. Proyectando esta tendencia, el Estado neoautoritario impulsa una ofensiva dirigida a llevar hasta sus últimas consecuencias la mercantificación universal avanzada por el cinismo histórico e intenta consolidarla de modo violento. Es la negación más radical de la desmercantificación como proyecto histórico.

Ahora bien, en lugar de impulsar la mercantificación universal de forma violenta, desde la obstinada persistencia del cinismo histórico, existe un proyecto de desmercantificación que usándola demagógicamente la vuelve un simulacro. No es casual que, siendo México un país prototipo del capitalismo cínico, por ser el único Estado que ha seguido al pie de la letra por tres décadas el Consenso de Washington, sea el principal teórico del neoliberalismo aquí quien mejor representa esa simulación. En su libro Good Intentions, Bad Outcomes: Social Policy, Informality and Economic Growth in Mexico, Santiago Levy propulsa una falsa desmercantificación que, más bien, en sentido contrario, apunta a desarrollar y consolidar la tendencia a la mercantificación cínica de todo. Al enarbolar como presuntas garantías de su proyecto de ingreso ciudadano universal el seguro médico y el seguro de riesgos de trabajo para asalariados, usa como pretexto proporcionar un monto monetario directo por estos rubros para, más bien, cercenar y cancelar los servicios médicos del circuito del salario indirecto que constitucionalmente tiene que cubrir el Estado y legitimar socialmente la conversión de servicios públicos en servicios privados.2 Su proyecto al que cabe denominar como un ingreso ciudadano universal espurio, constituye otra negación de la desmercantificación, pero en esta versión se intenta absorberla para vencerla bajo el cinismo histórico.

Distinguiéndose de los proyectos cínicos y neonazi al oponerse efectivamente a ellos, dentro de la mundialización existe otra tendencia que, a partir de admitir e insistir en que ya se llegó muy lejos en la ofensiva lanzada, formula que es imprescindible detenerse y diseñar urgentemente contrapesos ante la violencia económico-anónima del capitalismo, no por filantropía, sino para contener la desestabilización potencialmente inmanejable de la lucha de clases que se viene radicalizando: es la tendencia que, emergiendo desde el neokeynesianismo pero desbordándolo, propulsa lo que, en rigor, constituye el liberalismo del siglo XXI.

Precediéndolo y propulsándolo una intervención como la de Peter Townsend –cuya polémica con Amartya Sen conformó el eje del debate mundial en torno a la concepción de la pobreza y su medición multidimensional el último medio siglo–, resulta decisiva porque, haciendo pedazos las mediciones del Banco Mundial y conduciendo el liberalismo a su máxima frontera, desde UNICEF demuestra que el escenario de la pobreza infantil en el siglo XXI es sencillamente devastador. Con su peculiar concepción de la pobreza severa, denuncia que, como resultado del cinismo histórico, más del 50% de los niños en países en desarrollo padecen ese tipo de privación, que también denomina múltiple. Más que escasez de objetos que cubren necesidades básicas elementales, su concepción de privación severa es radical porque demuestra que, en el fondo, la desnutrición, la escasez de agua potable, la falta de retrete y albergues miserables generan privación de vida. Las estadísticas que ofrece desde UNICEF, con el informe State of the World´s Children 2008, prueban que 70% de la mortalidad infantil en esos países es eludible o artificial justo porque es resultado de la privación severa. Conceptualizando en amplitud la devastación de la vida infantil en pleno siglo XXI, agrega que, en flagrante violación de la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU, con la explotación laboral de los niños se ha generado un lamentable escenario regresivo hacia un ambiente decimonónico y que tanto las guerras como el sida han agravado la pobreza extrema infantil en el orbe. Por eso, contra esta devastación, diseña y promueve un serio proyecto liberal de desmercantificación, es decir, acceso garantizado a recursos básicos sin mediación de la mercantificación y la venta de la fuerza de trabajo.3

Negándose a que el liberalismo sea vencido por el cinismo histórico, Peter Townsend insiste en reeditar el proyecto del impuesto Tobin para impulsar un programa de reconfiguración de la distribución mundial de recursos que sirva, de modo genuino, para combate de la pobreza extrema infantil. Después de que el Premio Nobel de Economía, James Tobin, propusiera, en 1971, el proyecto de un impuesto al flujo de capitales en la economía mundial –aunque simplemente con el objetivo de penalizar las operaciones especulativas en los mercados monetarios y financieros internacionales–, la idea fue retomada para llevarla más lejos por el Informe Mundial sobre Desarrollo Humano 1994 del PNUD en aras de una “nueva forma de cooperación para el desarrollo” Norte/Sur.4 En “La abolición de la pobreza infantil y el derecho a la seguridad social, ¿un modelo posible para la ONU?”, Townsend insiste en que este proyecto, que fue abandonado, debería recuperarse pugnando contra el “neoliberalismo” por gravar las transacciones internacionales de divisas pero con el objetivo de integrar un monto, específicamente manejable por la ONU, canalizado para contrarrestar lo más grave de la devastación suscitada por la privación severa infantil en el mundo. Su proyecto, que explora generar un “efecto directo e inmediato en la reducción de la pobreza”, pone la prioridad en la canalización de recursos mediante desmercantificación a los niños que padecen privación severa con enfermedades congénitas o discapacidades de largo plazo generadas por el sida, la contaminación nuclear, química o atmosférica, así como a los niños que sufren daños ocasionados por los conflictos armados o han sido mutilados por minas antipersonales.5 Con el nombre de un “Beneficio Universal para los Niños” (Universal Child Benefit), Townsend diseña un proyecto de desmercantilización que rebasa todas las versiones liberales previas de la misma. Se posiciona firmemente y rechaza la devastación producida por el cinismo histórico, empujando por un reordenamiento liberal avanzado del sistema mundial.6

Ampliando los alcances del principio desmercantificador que sustenta al “Beneficio Universal para los Niños”, el proyecto liberal del Ingreso Ciudadano Universal (ICU) o Renta Básica –que justo con el primer año del siglo XXI ha empezado a abrirse camino a escala internacional–,7 no se plantea ni extender ni reconfigurar la compensación temporal que constituye el seguro de desempleo en ciertos países, se formula como un ingreso que tendría que proporcionarse, dentro de un Estado nacional y sin restricción alguna a la totalidad de sus ciudadanos, simplemente por ser tales, con el objetivo histórico de cubrir sus necesidades básicas y garantizar el aprovisionamiento de condiciones mínimas para una vida digna. Alcanzar ese estatuto exige conquistarlo como un derecho que constitucionalmente estaría obligado a asumir el Estado. En este sentido, pugnando por revertir al cinismo histórico, el proyecto liberal de desmercantificación se incrusta en la perspectiva de construcción del Estado social del siglo XXI.

La estrategia de desmercantificación puede conquistar e instalar principios efectivos de protección ante las diversas dimensiones de la crisis epocal del capitalismo y, desde ahí, explorar avanzar gradualmente. Para empezar, ante la crisis mundial alimentaria un ingreso alimentario ciudadano universal (IACU) es indudablemente viable. Es posible revertir la amplia canalización de fondo social de consumo hacia el fondo capitalista de acumulación que la mundialización de la sobre-explotación ha instalado y conquistar el establecimiento como derecho social de la superación del hambre. En la era del mayor progreso tecnológico, el hambre podría y debería estar prohibida: la sociedad planetaria debería tener garantizado su derecho a comer. Los recursos económicos para lograrlo existen, significa un reto político-constitucional modificar soberanamente la circulación de la riqueza social. Sin ser su única posibilidad germinal, desde el IACU el ICU puede partir de la asunción de diferentes necesidades para crecer y, por principio, encarar la mundialización de la pobreza. Los colapsos abiertos por el capitalismo cínico y que tienden a agudizar la 4ª gran crisis cíclica generan la necesidad histórica propicia para luchar por principios de seguridad humana en la reproducción de las naciones.

Por supuesto, su conquista exige el desarrollo de la autodeterminación nacional no sólo en la esfera circulatoria sino también en las esferas productiva y consuntiva. Requiere proyectos de soberanía alimentaria e imprescindiblemente de defensa ecologista ante el nuevo patrón alimentario genéticamente modificado en expansión.

No obstante, aunque en su versión liberal el proyecto de desmercantificación no constituye un simulacro, se enarbola como una estrategia siempre circunscrita o limitada. Como un contrapeso práctico y efectivo ante las mutilaciones impuestas por la acumulación del capital al proceso de reproducción vital social que, en su diseño de circuitos no mediados por el mercado, jamás se plantea desestructurar la existencia del mercado capitalista en cuanto tal ni hacerlo estallar. Mediatizando las contradicciones sociales para intentar hacer administrable y manejable la lucha contemporánea de clases, constituye una desmercantificación necesaria o ineludiblemente paradójica, ya que, justo cuando provee recursos sin venta de la mercancía fuerza de trabajo, lo hace pero dotando al mercado capitalista de una funcionalidad más dinámica. En consecuencia, aunque por supuesto significaría un progreso respecto de las otras configuraciones del capitalismo, con él la forma valor y la forma valor que se valoriza absorben y neutralizan la potencialidad prometeica esencial del proyecto desmercantificador.

Expresando una potencialidad que podría realizarse para abrirse camino ante la crisis epocal del siglo XXI, pugnando más que por reconfigurar al capitalismo o integrar un nuevo tipo de Estado social, el proyecto transcapitalista de la desmercantificación podría utilizar el ICU y sus diversas formas germinales para sensibilizar a la sociedad y demostrar la viabilidad de la desmercantificación, usando la resistencia anticrisis como plataforma para ir más lejos y avanzar estratégicamente en la desmercantificación global de la reproducción social y de la fuerza de trabajo. Su horizonte de ningún modo debe remitirse a ser de resistencia, reconfigurando el capitalismo, necesita fundamentar el anticapitalismo desde una perspectiva transcapitalista, esto es, desde una perspectiva de futuro que empuje por su trascendencia conquistando modos inéditos de reproducción social.

En un libro de título sumamente revelador, Miseria del presente, riqueza de lo posible, justo el que detonó el debate contemporáneo en torno a la desmercantificación en la izquierda europea, André Gorz sabe poner al descubierto la potencialidad prometeica del proyecto transcapitalista de desmercantificación. “Hay que querer apoderarse de las oportunidades, apoderarse de lo que cambia… No hay que esperar nada más de los tratamientos sintomáticos de la crisis… Se ha instalado un nuevo sistema que tiende a abolir masivamente el “trabajo”. Restaura las peores formas de dominación, de servidumbre, de explotación, al obligar a todos a luchar contra todos para obtener ese “trabajo” que ha abolido. No es esta abolición lo que hay que reprocharle, sino pretender perpetuar como obligación, como norma, como fundamento irremplazable de los derechos y de la dignidad de todos, ese mismo “trabajo”… Hay que aprender a discernir las oportunidades no realizadas que duermen en los repliegues del presente”.8

Con nítidos ecos de la Crítica al Programa de Gotha, ese texto de madurez de Karl Marx, lo que Gorz incisivamente percibe es que, con la vuelta de siglo, más que el apotegma “a cada quien según sus capacidades”, lo que la mundialización de la revolución tecnológica contemporánea, llegando muy lejos, ya pone en la palestra de la historia es la viabilidad del siguiente apotegma prometeico: “a cada quien según sus necesidades”. El conflicto consiste en que traicionando esta radical potencialidad de la modernidad, el capitalismo hace uso y abuso de la revolución tecnológica más avanzada y de la automatización contemporánea del proceso de trabajo para, en lugar de la realización de una esperanza, bloqueándola y desplazándola poner en su lugar una profunda y creciente devastación. Responder impulsando el proyecto transcapitalista de la desmercantificación exige discernir una oportunidad para luchar por la afirmación epocal de una configuración de la modernidad que puede crecer desde dentro del capitalismo pero contra él. Lo que Gorz muestra es que, en lugar de permitir que la revolución tecnológica sea desplegada como un arma histórica que instala y desata la interiorización y asunción de la bellum omnium contra omnes, los dominados modernos tienen a la mano una alternativa. Hacer efectiva la convocatoria al ejercicio de la soberanía política que la devastación actual pone en escena e imprimirle, ellos mismos, otra forma a la revolución tecnológica más avanzada de la historia social: una forma que, conquistando el derecho a la vida, se niegue a que ella exclusivamente pueda ser si y sólo si se admite la mercantificación de la existencia.9

Sin perder los alcances positivos de su perspectiva, sin embargo, la concepción de Gorz sobre la revolución tecnológica contemporánea está marcada por una radical ambivalencia. Fuerte e incisiva, por un lado, porque su mirada no queda vencida por el quid pro quo que le adjudica a la modernidad en general la legalidad propia de la modernidad capitalista, resulta débil e insustancial, por otro, porque se entrampa en la noción de un capitalismo imposible al concluir que, debido a los enormes desplazamientos de la fuerza laboral, la ley del valor y hasta la forma valor se han desvanecido como producto de la actual revolución tecnológica. Desde esa noción de un capitalismo realmente imposible, es que se plantea un proyecto autolimitativo de desmercantificación: un proyecto de desmercantificación de la fuerza de trabajo que no pone en su núcleo el desmontaje de la contradicción valor de uso/valor como fundamento de la subsunción global capitalista.

Desde otra perspectiva, el primer interlocutor desde el marxismo clásico con Gorz, Toni Negri, ha sabido iniciar la revelación de la limitación estratégica que de ese proyecto autolimitativo deriva: “Gorz presenta el programa de un ingreso incondicional por ciudadanía como elemento central político de una transición posible más allá del capitalismo… Este programa, fundado sobre la identificación de la “base común” productiva determinada por el general intellect, constituye un programa extremadamente fuerte. Pero Gorz acepta y, al mismo tiempo, no acepta la radicalidad de este programa. Por un lado, en efecto, se da cuenta que… el general intellect crea en los hechos las condiciones de posibilidad de “esto que es común”. Por otro lado, a partir del momento en que rechaza reconocer, al interior del modo de producción determinado por el general intellect, la genealogía de una nueva potencia subjetiva (…) la radicalidad de su discurso se debilita… Decir fin de la ley del valor, puede traducirse por la afirmación de que el trabajo ya no crea valor…, (por tanto) los valores deben ser encontrados en otra parte y arraigarse en la autonomía de la conciencia… ¿Dónde se encuentra y qué hace el sujeto en el seno del sometimiento general del general intellect dentro del orden capitalista de producción? ¿No consiste más que en una alternativa autónoma ética?”.10

Aprovechar a plenitud la potencialidad prometeica del proyecto transcapitalista de desmercantificación, rebasando la inconsistencia del proyecto autolimitativo que pierde la contradicción valor de uso/valor como fundamento de la modernidad capitalista, llevaría a evaluar táctica y estratégicamente su despliegue en tres dimensiones: 1) la conquista del ingreso ciudadano universal, desde sus formas germinales hasta formas cada vez más avanzadas, para subvertir el desenlace regular de las crisis modernas fundando formas inéditas con principios de seguridad humana en la reproducción vital de las naciones; 2) la ampliación de la estrategia transcapitalista a las esferas productiva y consuntiva para acompañar la desmercantificación parcial de la reproducción social con la fundación de formas soberanas de autodeterminación nacional que abran camino a un proyecto de modernidad autogestivo y ecologista (p.e., el IACU requiere soberanía nacional alimentaria así como revertir la mercantificación artificial cínica del agua convirtiendo ésta en derecho humano y en el proyecto transcapitalista la desmercantificación necesita ser complementada por la re-estructuración ecologista del proceso de producción/consumo), y 3) el diseño y la realización antirealista de nuevas formas de reproducción que, desestructurando globalmente la mercantificación de la fuerza de trabajo y la codificación de la forma capital en el valor de uso y la técnica moderna, abran camino a una economía de antimercado con modos concretos alternativos de afirmación de las mejores potencialidades prometeicas de la actual revolución tecnológica. La visión transcapitalista, entonces, sólo puede ser tal si promulga la desmercantificación total del proceso de reproducción vital de la sociedad moderna.

Sin duda, un tiempo histórico como el del siglo XXI, marcado por el peligro, convoca a descifrar consistentemente la oportunidad epocal que duerme en sus repliegues.

1 En afinidad con esta concepción del cinismo como caldo de cultivo del neonazismo, que, sin embargo, no es idéntico a aquel porque suma a la violencia económico-anónima del capitalismo el despliegue de violencia político-destructiva desde el Estado, al construir su mirada de la historia del neoliberalismo David Harvey percibe: “la respuesta neoconservadora a la inestabilidad esencial del Estado neoliberal ha evolucionado… Los neoconservadores alientan el poder corporativo, la empresa privada y la restauración del poder de clase. Por lo tanto, el neoconservadurismo concuerda totalmente con la agenda neoliberal del gobierno elitista, la desconfianza hacia la democracia y el mantenimiento de las libertades de mercado. No obstante, se aleja de los principios del neoliberalismo puro (…) en su preocupación por el orden como respuesta al caos… En su preocupación del orden, el neoconservadurismo emerge como una sencilla manera de despojarse del velo del antiautoritarismo en el que pretendía envolverse el neoliberalismo… La anarquía del mercado (…) genera una situación que se torna progresivamente ingobernable… Frente a esta situación, parece necesario implantar cierto grado de coerción en aras de restaurar el orden. De ahí que, los neoconservadores hagan hincapié en la militarización en tanto que antídoto…”. Historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007, pp. 91-92.

2 Santiago Levy, Good Intentions, Bad Outcomes: Social Policy, Informality and Economic Growth in Mexico, Brookings Institution Press, 2008.

3 Di cuenta del alcance de su intervención en “Peter Townsend: la máxima frontera del liberalismo”, en Mundo Siglo XXI no. 19, CIECAS, IPN, México, 2010. Este número incluye las ponencias del homenaje póstumo a Peter Townsend que realizamos, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, junto con Araceli Damián, Pablo Yanes y Julio Boltvinik, más la intervención de éste último en el homenaje efectuado en Gran Bretaña.

4 “Cada 24 hrs, cerca de 1 billón de dólares cruza las fronteras internacionales en respuesta al más ligero temblor de las tasas de interés o de los tipos de cambio, o cuando se prevé alguna variación. Una manera de reducir la especulación consistirá en aplicar un impuesto… 0.05% del valor de cada transacción –como sugiere Tobin– podría recaudar una suma de aproximadamente 150 mil millones de dólares por año. Esas fuentes con halagüeñas perspectivas podrían suministrar los recursos para satisfacer muchas necesidades de la seguridad mundial”. PNUD, Informe Mundial sobre Desarrollo Humano, ONU, Nueva York, 1994, pp. 78-79.

5 También se incluye en este libro la traducción, que el mismo Townsend agradeció, de “La Abolición de la Pobreza Infantil y el Derecho a la Seguridad Social, ¿un Modelo Posible para la ONU de Beneficio a los Niños?”.

6 No es casual que su principal heredero, el Director del Townsend Centre for International Poverty Research en Gran Bretaña, Dave Gordon, haya desarrollado una demoledora crítica a la teoría neoclásica, al liberalismo político, a la filosofía griega y hasta el feminismo mostrando el gran hiato que existe en sus perspectivas por no asumir a los niños como agentes con demandas independientes con derecho de igualdad ante los adultos. De ningún modo se trata de una discusión heterodoxa puramente especulativa. Gordon tiene como fundamento la intervención de Townsend comprometida en contrarrestar la privación severa infantil avanzando en la legislación internacional de derechos desmercantilizados para los niños. Cuestiona desde la misantrópica perspectiva de economistas como Rakowski –para quien la asunción de los derechos del niño correspondería a un “estilo de vida extravagante”–, hasta la sugerente visión de la economista feminista noruega Hilde Bojer –que asume pero sólo en líneas generales la extensión de derechos hacia los niños–, sin dejar de polemizar con el liberalismo de Rawls, Nozick y Sen. Tuvimos el gusto de traducirle al español “Justicia social y política pública. La búsqueda de la equidad en diversas sociedades”, en Mundo Siglo XXI no. 17, CIECAS-IPN, México, 2009.

7 Daniel Raventós, La Renta Básica. Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna, Ed. Ariel, Barcelona, 2002.

8 Miseria del presente, riqueza de lo posible, Ed. Paidós, Argentina, 2003, p. 11.

9 Aunque reconocen la existencia de una nueva era de desigualdades, la potencialidad prometeica de la modernidad contemporánea es la que pierden de vista los polemistas de Gorz, Pierre Rosanvallon y Jean-Paul Fitoussi, con su propuesta de que, ante la crisis, lo que procede es “reinventar el trabajo asalariado”. La nueva era de las desigualdades, Ed. Manantial, Argentina, 1997, pp. 185-190.

10 Impulsando la introducción del debate en torno al ICU en América Latina, menos de un año después de la publicación en francés del libro de Gorz, realicé la traducción del ensayo en que Antonio Negri plantea esta crítica, “Miserias del presente, riqueza de lo posible de André Gorz”, economía siglo XXI no. 1, ESE, IPN, México, 1998, pp. 94-99. Este ensayo se encuentra compilado en este libro.

AUTOR: Luis Arizmendiv. Economista y sociólogo, fue catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México y en el Instituto Politécnico Nacional de ese país. Dirigió la Revista Mundo Siglo XXI y sus últimas publicaciones fueron” El capital ante la Crisis epocal del capitalismo” (2016) y “Tiempo de peligro: Estado de excepción y guerra mundial” (2018) en colaboración con Jorge Beinstein.

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