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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

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Por Susana Cazzaniga. Trabajadora social. Dra. en Ciencias Sociales (UNER). Docente investigadora jubilada. Profesora en seminarios de posgrado en diferentes universidades. Supervisora de equipos disciplinares e interdisciplinares de diferentes instituciones.

i.- En los primeros meses del año “2020” comenzamos a recibir noticias sobre la presencia de un nuevo virus que parecía estaba haciendo estragos por China. Azoradas y azorados asistíamos a imágenes inéditas sobre una ciudad de calles vacías con su población encerrada y sólo vinculada por los dispositivos virtuales. Luego fueron llegando las noticias de Italia, España y aquellas escenas de solidaridad con las y los trabajadores de la salud que con gran emoción las personas expresaban desde sus balcones. En pocas semanas nuestra vida cotidiana se vio sacudida: el mismo virus había llegado al país alterando la habitualidad convirtiendo nuestros propios balcones en escenarios improvisados para dar rienda suelta a nuestros sentires, no siempre como expresión de gratitud. Los meses se fueron sucediendo y el estupor frente a lo inédito desató las más diversas respuestas públicas y privadas, individuales y colectivas. Lo que en un primer momento se percibió como un episodio a superar en un tiempo relativamente corto, se fue convirtiendo, medidas sanitarias mediante, en un largo año de rupturas significativas con la cotidianidad. En estos momentos, con un período relativamente corto de tiempo en el que hubo una baja en la cantidad de infectados, fallecidos y alivio en el sistema de salud, el 2021 se revuelca en lo que se ha dado en denominar, una segunda cruenta ola.

ii.- Pero esta irrupción tan desconcertante que nos coloca en una forzada ruptura con lo anterior no debe ocultarnos el escenario de transformaciones estructurales en la que emerge. Más de cuatro décadas de capitalismo neoliberal, siempre patriarcal es necesario decir, han ido configurando un nuevo imperialismo de acumulación por desposesión (Harvey, 2005), produciendo, a escala mundial, desmontes de la naturaleza, bienes, servicios y derechos. La desigualdad se ha profundizado en forma descomunal tanto entre los países como al interior de cada región, y el poder, el verdadero poder, se ha concentrado manejando los hilos neurálgicos y de ese modo los destinos de las mayorías. Lejos han quedado las experiencias de redistribución, del pleno empleo, de la movilidad social ascendente, que vivieron muchos estados, entre ellos y con sus limitaciones, el nuestro[1]. Los intentos de recuperación del lugar del estado como centro organizador de la vida social que se dan en Latinoamérica a principios del siglo XXI no alcanzaron a consolidar las contraofensivas al neoliberalismo, aunque hayan dejado importantes nichos de rebelión y organización popular. Pero para poder aproximarnos un poco mejor a este escenario es necesario dar cuenta de un acontecimiento central sobre el que existen diversos análisis y que desde mi punto de vista como trabajadoras y trabajadores sociales necesitamos problematizar para repensar las intervenciones profesionales. Bien sabemos que las políticas económicas del capitalismo neoliberal que se fueron sucediendo estuvieron acompañadas por una importante transformación cultural que obviamente ha ido moldeando una subjetividad acorde. Todo orden social requiere para su propia reproducción construir sujetas y sujetos aptos y para ello despliega diversos dispositivos de producción de subjetividad. En forma quizás silenciosa en un principio, la razón neoliberal (Gago, 2014) fue colonizando cuerpos, mentes, preferencias, inclinaciones políticas, éticas y estéticas, dando lugar a una subjetividad que a la vez sostiene las actuales formas instituidas de producción de la vida. No obstante, este proceso no es monolítico, ni irremediable y tal como Stoessel y Retamozo plantean “… El orden social produce normas generales de la vida, pero al mismo tiempo esa generalidad se encarna de modo diverso, con efectos diferentes según la torsión producida sobre sustratos biológicos, socio-económicos, étnico-raciales” (2020: s/d). Señalo con énfasis este comentario porque sin desconocer las condiciones estructurales tanto materiales como simbólicas, más aún, reconociéndolas, es dable encontrar subjetividades emergentes que dan cuenta de la construcción de sujetas y sujetos políticos con la disposición para delinear sociedades por lo menos más justas y vivibles para todas y todos.

En esta línea argumental creo conveniente advertir que la aparición de otras subjetividades (aclarando que en ciertos lugares y pivoteando sobre diversas causas ya está sucediendo, con diversos grados de visibilidad) presentarán características propias de las experiencias vividas en estos tiempos, sin ser calcos de aquellas actrices y actores de épocas pasadas. Seguramente, y es lo que vemos en algunas subjetividades que se avizoran como contra hegemónicas, reconocerán en aquellas tradiciones, y en sus propios sustratos, principios éticos y políticos a respetar pero que serán mediados por las condiciones de estos contextos. Trabajo social ha intervenido históricamente en las condiciones de vida individuales y colectivas en las que las subjetividades cobran un lugar especial, de allí la importancia de su comprensión para la construcción de las estrategias de intervención que incorporen esta realidad. Volveremos sobre esto más adelante.

iii.- Hemos escuchado, dicho y repetido en todo este tiempo que la pandemia dejó al descubierto las deficiencias producidas por la mercantilización de los bienes, servicios y derechos, cuestión que se observa en los países que en muchas oportunidades han sido tomados como ejemplo pero que en casos como los nuestros en la que la pobreza ha crecido en forma exponencial produce mayores dificultades a la hora de gestionar las medidas necesarias. En este marco las profesiones, en particular las que intervienen en el espacio social asistencial, han sido fuertemente interpeladas, entre ellas trabajo social. Sobre este punto me interesa dejar algunas reflexiones, en el marco del cambio de época, que en forma muy sintética expuse previamente, ya que esta emergencia también desnudó nuestras prácticas profesionales.

# Las disputas por los discursos

Las formas en que los acontecimientos son denominados que obviamente devienen de una matriz teórica y política delinean las propuestas de intervención; si esas denominaciones provienen de lugares de poder marcarán las hegemonías al respecto. De este modo una primera consideración tiene que ver con la omnipresencia de los discursos biologicistas que, por lo menos en un primer momento, medicalizaron las prácticas en su conjunto definiendo, entre otras cosas, qué profesiones son esenciales para este momento de emergencia y cuáles no. Si bien esta visión tuvo cierta transformación se mantiene una perspectiva reduccionista y por lo tanto resulta insuficiente como para analizar la complejidad de las situaciones que fueron y siguen surgiendo. Trabajo social vivió de forma disímil dicha circunstancia, dependiendo esto de un sinnúmero de variables; me animo a decir que las y los trabajadores sociales que han mantenido un reconocimiento y en todo caso legitimidad para decir y actuar en la propia pandemia, han sido quienes ya tenían un lugar más o menos consolidado en la institución y/o en los equipos de trabajo. Aunque considero importante destacar en este proceso de disputas de discursos, la presencia de las asociaciones profesionales y las instancias académicas que rápidamente se pusieron a la altura de las circunstancias. En efecto, con propuestas que van desde las videoconferencias, foros de intercambios de experiencias, seminarios, supervisiones hasta publicaciones y exigencias de condiciones de trabajo acordes (incluidas las vacunaciones sin distinción de la condición de esencialidad de la actividad) han acompañado a las y los profesionales. No quiero dejar de mencionar la convocatoria que desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación se hizo a las universidades y sus organizaciones para discutir propuestas de intervención. Con otras palabras, independientemente de las situaciones más particulares, desde los espacios colectivos, trabajo social supo disputar su legitimidad en torno a la crisis desatada, demostrando un momento de consolidación como actor político. El desafío ahora, siempre desde mi perspectiva, es mantener este lugar capitalizando uno de los bienes más preciado de nuestro campo disciplinar/profesional: el conocimiento de las condiciones de vida y la vida cotidiana de los sectores con los que trabajamos. Estos saberes, entre otros, son los que se tienen que sentar a la mesa de los saberes hegemónicos a dialogar con ellos para dar cuenta de políticas más acordes a las realidades que hoy la sociedad y en particular los sectores más pobres experimentan.

# Las disputas por las prácticas

Dije en párrafos anteriores que la pandemia emerge en un cambio de época signado por profundas transformaciones materiales y simbólicas, sobre las que ella coloca, obviamente, otros condimentos. Desde trabajo social intervenimos en problemáticas sociales en las que se encuentran involucradas las condiciones de vida, tanto materiales como simbólicas, individuales y colectivas, problemáticas encarnadas en sujetas y sujetos que habitan en forma particular determinados territorios. En general son escenarios signados por la precaridad, un concepto acuñado por Judih Butler (2017) que designa, según ella, las características de las poblaciones que fueron políticamente inducidas a no contar con redes de apoyo sociales y económicas y por lo tanto quedan expuestas en forma diferencial a los daños, a las violencias, a la muerte. En ellos las organizaciones sociales, en los lugares en que existían, han sido quienes en mayor medida se pusieron al hombro la emergencia, junto a las escuelas y centros de salud. Sabemos que previo a la pandemia hubo un fuerte retraimiento de la presencia del estado en esos lugares y las pocas instituciones públicas que se mantuvieron se encuentran desprovistas de equipamientos y recursos, en las que el personal, entre ellos las y los profesionales presentan condiciones laborales deficientes. Pero me interesa ahora realizar algunas reflexiones sobre nuestras prácticas profesionales a fin de repensarlas a futuro. En párrafos anteriores expuse que las intervenciones de las y los trabajadores sociales recibieron diferentes impactos en este tiempo, algunas se vieron reconocidas consolidando posiciones previas, en otros casos se desestimó directamente su aporte o se las confinó a la entrega de alimentos y/o elementos de limpieza. En forma independiente de las diferentes situaciones vivenciadas, en general las y los colegas refieren la apelación a la inventiva, buscando alternativas creativas con mayor o menor éxito. No obstante, y siempre planteando desde lo general entendiendo la heterogeneidad y riqueza de nuestras intervenciones, me parece que la pandemia desnuda algunas cuestiones que desde mi perspectiva son necesarias de problematizar, cuestión que en este artículo sólo enunciaré dados los espacios acotados.

Desde hace tiempo la intervención profesional se fue especializando, característica que obedece a múltiples dimensiones. No caben dudas que en los últimos años y en numerosos casos gracias a la lucha de diferentes colectivos se logró la visibilización e incorporación a la agenda pública de una serie de situaciones que tiempo atrás estaban naturalizadas desconociéndoles a quienes las padecían, el derecho a ser asistidos por el estado. Leyes y políticas sociales mediante fueron apareciendo instituciones específicas para intervenir en ellas demandando profesionales que debieron formarse en relación con estas problemáticas. Hasta acá podemos decir que se trata de un proceso lógico, pero si acercamos la lupa y observamos las prácticas de muchas y muchos colegas aparece una suerte de focalización temática. Las intrincadas estructuras institucionales en las que nos insertamos (nivel central, equipos locales, por ejemplo) asociado a las urgencias, los déficits de institucionalidad, las precarias condiciones laborales entre otras cosas nos llevan muy a pesar de nuestras concepciones e intencionalidades a trabajar más asociados al tradicional caso con actividades preventivas centradas en la capacitación temática (en general charlas y talleres) y coordinaciones con otras y otros profesionales. Aparece una tendencia en la que la intervención sobre el tema prevalece sobre el trabajo comunitario y si esto es así, corremos el peligro de abstraer estas problemáticas de la complejidad que suponen los arraigos témporo-espaciales en que las sujetas y sujetos que las padecen habitan su cotidianeidad[2]. Si acordamos en la importancia que tiene para trabajo social la cuestión de las subjetividades, resulta imprescindible repensar las estrategias de intervención. En este sentido creo que sin diluir las problemáticas específicas, muy al contrario teniéndolas como centro, necesitamos revisar las inserciones y actividades territoriales, en otras palabras, recuperar el trabajo comunitario.

Ante esto dejo algunas preguntas para problematizar: ¿Cuál es el lugar de lo territorial, barrial, comunitario en nuestras intervenciones hoy? ¿Qué entendemos en estos momentos por trabajo territorial?, ¿Cómo lo estamos abordando?, ¿Qué nos deja la pandemia en este tema? Considero que en un momento histórico penetrado por el neoliberalismo y por lo tanto de subjetividades individualistas que poco respeta las pertenencias de clase, se hace indispensable discutir nuestra intervención en la construcción de subjetividades que reconozcan en lo común un horizonte alternativo. En este sentido creo muy interesante el aporte de Silvia Federici que recuperando el lugar histórico de las mujeres en la producción y reproducción de lo común y más precisamente de las y los sujetos comunes, conceptualiza comunidad como “…un tipo de relación, basada en los principios de cooperación y responsabilidad: entre unas personas y otras, respecto a la tierra, los bosques, los mares y los animales” (2017: 255).

iv.- Si como dije antes, nuestras organizaciones se mostraron capaces de acompañar y participar en los debates sobre la pandemia en diferentes espacios públicos, creo que le corresponde seguir en este proceso, construyendo agendas que ayuden a decantar las prácticas inventadas y aprehendidas, a fin de reconfigurar nuestras intervenciones profesionales en los escenarios que se abren. En ellas no pueden estar ausentes el trabajo comunitario y el aporte de trabajo social a la construcción de subjetividades otras.

 

Bibliografía

  • Butler,J. (2017) Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.
  • Federici, S. (2017) Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Buenos Aires: Editorial Tinta limón.
  • Gago, V. (2014) La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular. Buenos Aires: Tinta Limón.
  • Harvey, D. (2005) “El ´nuevo´ imperialismo: acumulación por desposesión”. Biblioteca CLACSO http://biblioteca.clacso.edu.ar
  • Stoessel, S. y Retamozo, M. (2020) “Neoliberalismo, democracia y subjetividad: el pueblo como fundamento, estrategia y proyecto”. En REVCOM Revista científica de la red de carreras de Comunicación Social Número 10. UNLP

Notas:

[1] Recordemos que la sociedad salarial que se configura a partir de los años 30, y más precisamente después de la segunda guerra mundial, no llega a todos los rincones, sino a los países capitalistas más consolidados. En algunos casos, como por ejemplo el de Argentina, aparece de la mano de proyectos políticos defensores de lo nacional y de los derechos de las y los trabajadores, concretamente el peronismo.

[2] Estas consideraciones surgen de las experiencias de supervisión a equipos disciplinares e interdisciplinares de diferentes instituciones de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, siempre manteniéndome en el plano de las generalidades destacando que existen experiencias diferentes.

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