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Universidad Nacional Arturo Jauretche | Instituto de Ciencias Sociales y Administración | Licenciatura en Trabajo Social

Es importante que le demos al contexto institucional en el que vivimos el alcance que tiene. Es claro que cada vez se nos hace más difícil el día a día por múltiples razones. Se nos complican las cosas básicas con las que antes contábamos: la compra, el pasaje, la salud, la educación, el trabajo. Nos duele el hambre y la angustia que se vive como consecuencia de la codicia y la indiferencia de empresarios y sus cómplices políticos. Lo primero que hay que decir es que no vivimos una crisis “natural” que como un terremoto o tsunami exceden los designios humanos. Sino que por el contrario somos víctimas de la avanzada planificada de sectores de poder que, mientras arman su sucesión interminable de “shows” revulsivos, avanzan sobre una agenda de destrucción de derechos, de transferencia de ingresos regresiva (empobrecimiento) y de entrega de la patria en todo su inventario de recursos naturales (energías, agua y minerales) y de la capacidad estatal con el remate de las empresas y de los controles y regulaciones estatales. Gobiernan en un estado de circo sin pan, arman “barullo” e “inundan la zona de mierda” para que no podamos entender su accionar (Massetti, 2023a y Massetti, 2023b); como un ejército de ocupación que viene a colonizar sin importar el daño que haga. Incluso parecen disfrutarlo.

Si es un clásico en la literatura de la historia política argentina decir que las “clases dominantes” salen del siglo XIX sin un partido propio que les garantice el control institucional y que por eso mismo tuvieron que recurrir a los golpes de estado como forma de doblegar las resistencias a sus ambiciones, hoy estos sectores tienen no uno sino dos formatos de partido que los representan: LLA y PRO. El segundo con más de una década de experimentación, representa la transnacionalización de la patria contratista, que abandona su rol de mero parásito del estado para controlar la gestión pública de manera directa y consolidar así sus negocios regionales. El primero surge como un experimento duran-barbista, una marca barata del PRO que explota las fisuras propias y que extrema la estrategia comunicacional de la confrontación directa a cualquier costo; subiendo a la ola de ultra derechas o conservadurismos radicales (Forti, 2021 y Strolb, 2023 ) explotando toda su parafernalia tecnológica (Moyano, 2019, Couldry y Mejías, 2019 y Zuboff, 2021). Puro marketing si,  pero que a la vez ambiciona representar al capital financiero internacional en connivencia con los grandes jugadores transnacionales de la agroindustria, la minería y la farmacéutica. Ambas facciones oscilan entre la colaboración y fusión a plena luz del día. Con un sistema de medios de comunicación propio y con fuerte inversión en la comunicación digital (bordeando lo ilegal por cierto), se apoyan en la fragilidad de nuestra sociedad que emerge de la pandemia más pobre y fragmentada. Y sobre todo, se aprovechan de la desarticulación del movimiento popular que, a pesar de la alta movilización y rechazo a las políticas actuales, no tuvo ni tiempo, ni forma, ni la ocasión (aún) de articular una resistencia organizada; por múltiples razones que no vienen al caso (ver por ejemplo Massetti, 2024 y Massetti y Pastor, 2004).

Lo que sí viene al caso es remarcar que la Universidad no es un simple terreno de batalla adicional. Esta generación de intelectuales orgánicos de la antipatria ven a la universidad como una obstáculo (Laje, 2022) y no ahorran operaciones en base a mentiras, amenazas y agresiones públicas, uso de la fuerza pública para amedrentar, perseguir y reprimir, acción directa con infiltrados en las universidades, recorte del presupuesto vía congelamiento post hiperinflación intencional, desfinanciamiento vía desmantelamiento del sistema nacional de ciencia y tecnología; y como si esto fuera poco intentan avanzar sobre las leyes que garantizan la gratuidad, el carácter irrestricto y público de la universidad.  Es decir, “cargarse” un baluarte institucional y patrimonio de nuestro país con más de 400 años de historia.

No es la primera vez que esto ocurre. Desde el establecimiento en la constitución de 1949 de la gratuidad de los estudios universitarios hemos tenido sucesivos ataques desde los púlpitos de las élites criollas indignadas del acceso primero de mujeres a la universidad y luego de hijos de obreros. Derrocado Perón en 1955 las universidades, a pesar de oponerse al “dictador”, son intervenidas a partir del ´58 con el gobierno desarrollista y en consonancia con la búsqueda de reforma de los planes de estudio hacia perfiles profesionistas (“técnicos”) que requería el modelo de estado de postguerra. Pero el pueblo y sus ideas siguieron metiéndose en las aulas. Así otro nuevo golpe de estado en 1966 atacó de nuevo a las universidades en proceso de incorporación de las nuevas ideas políticas, las intervino, echó a profesores y estudiantes. Son famosas las imágenes de esa época de la policía entrando con caballos a la universidad a reprimir (la llamada “noche de los bastones largos”). Aún así el pueblo siguió encontrando caminos para recuperar las aulas. A principios de los años ´70s una nueva y hermosa experiencia, la de las cátedras nacionales, logró hacerse un camino (bordeando las universidades) que dejó una huella que perdura hasta hoy en día (nunca está de más recordar a Roberto Carri y a Horacio Gonzáles). Pero nuevamente la frustración de las élites ya en los albores de otro golpe de estado (1976, aún más sangriento) se ensañó con las universidades, sus docentes y sus estudiantes. La vuelta de la democracia 1983 nos dió esperanzas de reconstruir la universidad al servicio de la nación. Sin embargo el neoliberalismo tuvo otros planes y en el inicio de una crisis institucional (y regional) sin precedentes (con levantamientos “carapintadas”, hiperinflación y ascenso neoliberal) se tuvo que resistir el intento de arancelamiento (1984-85) con un fuerte proceso de movilización estudiantil. Caído Alfonsín y en plena “fiesta menemista” se intentó avanzar de nuevo: en el marco de la discusión de la Ley de Educación Superior (1994-1995) otra vez hubo que resistir arancelamientos y privatizaciones de la universidad (que dicho sea de paso, ese proceso dió lugar al modelo “autosustentable” en postgrados que hoy es usual). En el 2001, con el experimento de la convertibilidad en ruinas, el gobierno de la Alianza nuevamente atacó a la administración pública en general; con esa obsesión por paralizar las funciones estatales desde el desfinanciamiento: para ellos solo hay plata para sus negocios o para pagar la deuda que toman. Eso lo llaman “achicar el gasto” en búsqueda del “superávit fiscal”. Las universidades no quedaron fuera de esas ambiciones: no sólo dejando de aumentar los salarios, sino incluso recortando nominalmente un 13% de los magros salarios (recuerdo que yo cobraba como Ayudante de Primera el equivalente a u$s 70). En el 2001 decía el diario Clarín:

El Presupuesto Universitario pierde 361 millones este año y perderá 541 millones desde el 2002. Ahora cuenta con 1.801 millones al año. La UBA usa 305 millones anuales, de los cuales el 85% va a sueldos. Las Universidades van a tener que ingeniarse para crear recursos o hacer ahorro. Roque Fernández intentó quitarles 100 millones y hubo manifestaciones que paralizaron la ciudad.” (Clarín, 2001)

El país entero se vino abajo con estas políticas. Resistimos, sobrevivimos. Los y las docentes que iniciamos entonces o éramos aún estudiantes consolidamos nuestro amor y compromiso con las universidades durante esa crisis que nos obligaba a dar clases en los pasillos, sin aulas, sin tizas, en las plazas, en las calles, en estado de movilización permanente. Honrando las luchas que nos antecedieron y dejando experiencia para que las nuevas generaciones tomaran  la posta; cosa que sucedió. En el 2003 se inició un ciclo de crecimiento y dignificación de la universidad pocas veces visto. Desde el 2003 al 2023 se crean 17 nuevas universidades, becas y programas para afianzar la inclusión social, se financió el sistema nacional de ciencia y tecnología. Se inició un ciclo virtuoso de actualización y puesta en valor de un recurso argentino pero eminentemente de la humanidad que es la formación como búsqueda de superación de las necesidades de un pueblo.

Por supuesto que los iliberales odian la universidad. Pocos de ellos son realmente estudiosos y no pueden entender otro valor que el que deviene de su cuenta bancaria. Odian la cultura y la combaten desde el pavor de la crítica descarnada del arte y la justificación científica del bien común. Más si eso implica pobres como protagonistas, porque ante todo, nuestros “patrones” destilan “odio de clase”: “universidades ‘marrones’? Que horror!!” 

Durante la presidencia de Macri y la gobernación de María Eugenia Vidal (2015-2019) se atacó nuevamente a las universidades. Una gobernadora que se quejaba de tener universidades en su territorio y despectivamente declaraba: “nadie que nace en la pobreza llega a la universidad” (Página 12, 2018). Mientras el Licenciado en Sistemas y ministro de Educación de Nación de Macri, montado en una cruzada cultural de “construcción de la realidad” y destrucción de la universidad pública proponiendo una “revolución educativa” (Bullrich, 2016). Macri también desfinanció y persiguio a las universidades y su gobierno tuvo como respuesta una de las más grandes movilizaciones que podamos tener memoria en contra de su avanzada contra la universidad; bajo la lluvia en el 2015. 

Y hoy nuevamente otro intento de golpear las universidades; verdadera generación de futuro de nuestro pueblo. Con argucias más que argumentos pretenden instalar la idea que las universidades son ineficientes, corruptas y productoras de desigualdad. Persiguiendo objetivos meramente económicos (apropiarse de parte del presupuesto nacional) e ideológicos; que incluso pueden mellar su propia base electoral, según analizan Pablo Semán, Melina Vázquez y Nicolás Welschinger (2024). 

Muy por el contrario, las  universidades son espacios de producción de saberes y también de afectos (Morales y Morales, 2024; Lucas y Luna, 2024, González, 2024). Que tuercen las trayectorias de vida para bien. Que sostienen formas de vida de la población del primero y segundo cordón del conurbano bonaerense, ordenando, organizando, proveyendo desarrollo local y sobre todo expectativa de futuro. Renovando los perfiles profesionales en los territorios. Insertando debates y dinámicas que hacen frente al deterioro de la vida por vacío de las políticas nacionales. Que ofrecen un horizonte cultural alternativo que una vida entregada a la violencia e individualismo. No por nada son las universidades las instituciones con mejor imagen pública. Cosa que detestan. Detestan la valoración positiva del pueblo de cosas que se producen como resultado de políticas de relevancia histórica. Quieren personas sueltas, desahuciadas. Incapaces de construir con otres. Incapaces de expresar lo que sienten e interpretar lo que necesitan. Quieren acríticos robots que alimenten algoritmos, quieren que seamos otro recurso que explotar y ofrecer en bandeja como ofrenda a sus dioses los nuevos mega ricos tecnológicos. Como dijo recientemente el Pepe Mujica en su “despedida”, quieren una población que por falta de educación sea “intrascendente”.

La estrategia de ataque es por supuesto la desarticulación de los frentes sobre los que se basan los acuerdos. O en palabras oficiales “Romper la Inercia Corporativa Universitaria” (Alvarez, 2023). Desacreditando el ejercicio democrático dentro de la universidad y los procesos de acceso y permanencia; instalando la sospecha de una corrupción inmanente que se transfiere de “la política” a las instituciones en general (hospitales, escuelas, universidades, etc.). Pregonando una la necesidad de “auditorías” que sacaran a la luz la “corruptela” en la universidad (Dolabjian, 2023). En la práctica funciona como un lobby para que las consultoras privadas sean quienes auditen las obras públicas que entregan a sus amigos, corriendo a las universidades como instituciones públicas capaces de acompañar procesos de producción e inversión pública de relevancia social. Al mismo tiempo, el desfinanciamiento vía depreciación y vía desmantelamiento de políticas de financiación de investigación, apoyo a la docencia, inversión en tecnología, en infraestructura y todo aquello que permita el normal funcionamiento universitario. Generando un clima de descontento e incertidumbre que sólo sirve para su propósito de acabar con los manchones de racionalidad, sobre todo en la provincia de Buenos Aires; su principal némesis electoral.

En este clima, por supuesto que resistimos este nuevo delirio político. Hoy la alta movilización en las universidades es un verdadera plataforma de sustento para revertir el clima de asfixia política que genera el “barullo” libertario. En permanente búsqueda de la unidad en la acción entre sindicatos, representaciones estudiantiles y comunidad en general. Creen que van a matarnos de hambre y eso va a hacernos claudicar, olvidarnos de nuestros principios y de nuestra responsabilidad histórica. Se equivocan. NO VAMOS A AFLOJAR. Sabemos que cada vez que intentan destruir la universidad pública fracasan y volvemos con más fuerza. 

Hoy quizás nuestro principal y mayor acto de resistencia política es mantener el proyecto de universidad en marcha. Que el conocimiento fluya y que se sepa que seguimos aquí. Humildemente, por cierto. Porque queda claro que hay mucho que aprender tanto de las nuevas generaciones como de las nuevas expectativas y vulnerabilidades sociales nacidas del derrumbe del estado de bienestar y la “sociedad salarial”; de la incapacidad de mantener la cohesión social que esto implica (Castell, 1998). Y es imprescindible una escucha densa, profunda y amorosa que sea el punto de partida para un nuevo acuerdo intergeneracional que permita proyectar una nación a futuro. Cada graduada nueva es un acto de rebeldía y tenemos muchas. Compañeras y compañeros a no aflojar. Sepan que estamos acá para ustedes y seguiremos construyendo con alegría una universidad pública, gratuita, irrestricta, popular, feminista e inclusiva.

 

AUTOR: ASTOR MASSETTI

 

¿Cómo citar? Astor Massetti  (2024). 

¿Qué hay de nuevo en el ataque a las universidades públicas?. En: Revista Pueblo N°18/Año VII /Noviembre 2024/UNAJ 

[https://pueblo.unaj.edu.ar/]

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